José S. Revueltas Valle
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fin: llegó mi tío sobradamente emocionado por volver a ver los
cuadros de su hermano, catorce años mayor, al que quiso y admi
ró tanto como a Silvestre. José Revueltas, y me gusta comentarlo,
siempre en las cartas a hermanos y hermanas empleaba palabras
de cariño y en no pocas ocasiones de admiración, que son el co
mún denominador, por supuesto utilizadas además en ese precio
so homenaje que escribió a su hermano Silvestre, mismas que se
acrecientan cuando se trata de sus hijos. Mi madre se desvivía en
amabilidades, recordé a un compañero de secundaria –Juan Susa
no– que fue su vecino en un edificio en la colonia Anzures, muy
cerca de la Avenida Ejército Nacional en su cruce con Gutemberg,
y quizá por ello me reconoció como igual, el chico travieso que
siempre fue, viéndonos en esa ocasión y por tal motivo como igua
les. Un gran abrazo fue el saludo. Hablaba cosas simpáticas, refe
ría anécdotas, veía los cuadros, reía mucho. En aquella ocasión ya
lo acompañaba Ema Barrón, su última y amable esposa. Comentó
también sobre unos programas televisivos de la serie
Encuentro
,
próximos a realizarse, conducidos por el bachiller Álvaro Gálvez y
Fuentes, en los que compartiría la mesa entre otros con Mario Var
gas Llosa, Miguel Otero Silva y Agustín Yáñez. Viene al caso recor
dar que en aquel entonces, y eso lo ennoblece, por iniciativa del
Ejecutivo, no pocos intelectuales de renombre visitaron el país, en
tre ellos el extraordinario escritor polaco Ryszard Kapuscinski.
Semanas después lo vimos en la televisión. Ya a colores, re
cuerdo a un joven Vargas Llosa de pelo largo, sumamente inteli
gente, un simpático y talentoso Otero Silva, un adusto Agustín
Yáñez y un combativo José Revueltas, quienes alabaron como una
de las novelas más importantes del siglo en
XX
en América Latina
a
Los pasos perdidos
del cubano Alejo Carpentier.
En tanto, convivimos tres o cuatro veces más con José Revuel
tas, pero ahora en su casa. En una ocasión se encontraba platican
do con un tipo mucho muy listo, hijo del actor Pedro Infante, en
otras departió con mis hermanos al regreso de un día de campo
del Desierto de los Leones, en una última estuvo platicando con su
hermano Agustín, quien vivía en los Estados Unidos, en casa de su
hija Andrea. Siempre sonrisas, intereses por la gente, lleno de li
bros y tareas pendientes hasta un día de abril de 1976. Intentamos
verlo en varias ocasiones en el Hospital de Nutrición, pero fue real
mente imposible, hasta que en uno de los diarios de la tarde apa
reció como nota secundaria la muerte de José Revueltas. Fue opa
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