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Tema y variaciones de literatura 44
de emergencia, tú en calidad de pasajero en una ambulancia cual-
quier tarde de domingo o día de asueto; era el compás de espera
que empezaba a ahogarse pues el responsable de suministrarte la
droga contra el dolor, había desaparecido. Fue entonces que al-
guien te extendió la piadosa bolsa de polietileno para acabar de
una buena vez con ese dolor recurrente; y una y otra y otra vez di-
jiste “No quiero”, hacías a un lado el regalo siniestro. Maldita
suerte la de los creyentes, maldita religión que te condenó a beber
hasta las heces tu cáliz: el libreto concebido por un imbécil. Así tenía
que suceder, te dices, como las historias dramatizadas en la radio
bajo el patrocinio de jabones de tocador y la brillantina perfumada
que te aplicaba el peluquero luego de cepillarte los pelos de hom-
bros y orejas, de aplicar la dosis de alcohol en los alrededores de la
nuca; antes de sacudir la manta (como quien espanta los malos
espíritus).Cada cinco sábados te llevaban con Román el peluquero
al corte, oficio del que aprendiste cómo se afila la navaja en el trozo
de cuero de res curtido; cómo se oyen las tijeras cuando pasaban
cerca de las orejas; cómo te erizaba la piel la máquina desgastada
al correr por el epicentro de la nuca. Todavía tus cenizas en la urna
sienten la brocha enjabonada y tibia cuando pasaba como una ca-
ricia, ahí, donde un día te sumergieron en el agua; otro día al plan-
tarte alguien una pedrada certera; y otro día más las yemas de una
mano que te atrajeron al precipicio.
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Tú sabes que no volverás, sabes que los restos esparcidos un día
ventoso en las veredas de infantes se perdieron entre las breñas y
huizaches, en la corriente de agua que en verano bajaba de la Sie-
rra Madre. Hace ocho años que no baja sin sangre, desde aquel
entonces en que era posible caminar de madrugada en los alrede-
dores de catedral, envuelto en gabán, o con un sarape, o una cha-
marra de cuello de borrega. Con lo que tuvieras a la mano. Pero
aquel montón de cenizas fue volcado en tres partes; la que se es-
parció aquí cerca con el viento fue a dar “en casa de la chingada”,
abierta las 24 horas del día.
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Para no perder la costumbre, te has lavado la boca con bicarbona-
to de sodio y gotas de limón. Los labios encallados en maldiciones
no articuladas ni proferidas guardan en las comisuras el poema
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