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Vicente Francisco Torres
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blancos y negros, como el del alcázar de Nazaré. Deja las armas y
se hace fraile. Profesa como Fray Fuas del Patrocinio de la Virgen.
Recolecta las crisálidas del monte y las trae a las ramas de los ár-
boles frutales del monasterio para que las mariposas nazcan acá.
En la orilla del precipicio del cerro de la Bufa, 70 años más tarde,
se construyó una ermita para la Virgen del Patrocinio. En una pa-
red grabaron la misma frase que estaba en España: “En honor de
los hombres que con / catedrales construyeron universos”.
En la parte contemporánea de la novela, Johnny González lle-
ga a Zacatecas con su amigo Maico de la Torre. Vienen en motos,
con cascos. Miran que en la plaza de la catedral un grupo de indí-
genas ejecuta la danza de los ciervos, ataviados con grandes cor-
namentas. Johnny recuerda que el día que emigraron a Estados
Unidos, una anciana, que llevaba flores de chirimía, le dijo a su
madre: “Se van al norte con todos sus hijos y allá los van a soltar
como se suelta un puñado de moscas. Para que se dejen ir al abis-
mo”. Johnny venía huyendo a Zacatecas por asesinato, ocultaba
que su nombre era Juan Patrocinio y quería tatuarse la Virgen del
Patrocinio en el pecho.
Los elementos de esta historia, que siempre se proyectan reli-
giosa y geométricamente, en nuestros días saltan hechos añicos:
el caballo es moto que se precipita en unos arrancones; un niño
cae al vacío después de haber defecado. La madre de Johnny sue-
ña que sus hijos se van a un abismo por perseguir mariposas y,
Johnny, sueña que es un caballero medieval que destripa personas
con una lanza y anhela un ciervo de mascota. Salazar parece de-
cirnos que las ideas religiosas ya no son parte primordial de los se-
res humanos, sino sueños y quimeras.
Si los anteriores escenarios del milagro tuvieron su leyenda
(“En honor de los hombres que con / universos construyeron va-
cíos”), a la cruz de Johnny, en donde alguien grafiteó una maripo-
sa, le vendría bien ésta, dice Salazar: “En honor de los hombres
que sin sueños / bajan al fondo de los abismos”.
Al final de la novela hay un conjunto de epígrafes. Uno de
ellos se da la mano con
Donde deben estar las catedrales
, porque
insiste en que el hombre es el mismo siempre bajo diversas cir-
cunstancias, y porque pondera las necesidades y atributos de los
descarriados: “Sólo el extraviado conoce bien el camino al preci-
picio, y este conocimiento no lo espanta [...]”
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