Vicente Francisco Torres
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[...] un hijo tan pérfido y desorientado que, cuando comenzara a cre-
cer, causaría su propia perdición, la de sus padres, la de todo el pue-
blo que los rodeara y la de todos los humanos que se cruzaran por
su camino. A cambio de tanta perdición haría que cada hombre es-
carbara en su alma y encontrara grandes revelaciones.
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En efecto, el niño resulta hosco y se niega a decir palabra. Cuando
la madre lo presiona para que hable, prodigiosamente acierta a
pronunciar: “
Quare de vulva eduxiste me?
”, es decir, ¿por qué me
sacaste del vientre de mi madre? Como se recordará, estamos
frente a una de las lamentaciones de Job, el santo a quien, según
la Biblia, somete Dios a las más duras pruebas.
Buscando anular aquel doloroso presagio, la monja y el fraile
pusieron a su hijo bajo el cuidado de un clérigo que había seguido
las doctrinas de san Bernardo, una de las figuras centrales del cris-
tianismo medieval. El singular educador estaba convencido de que
el hombre sólo viene al mundo a causar destrozos; despreciaba los
bienes materiales, la vida y el mundo todo. De las lecciones de san
Bernardo se le había grabado en el alma la certidumbre de que el
hombre está rodeado de miseria al nacer, a lo largo de su existen-
cia y al morir: su nacimiento era inmundo, su vida perversa y su
muerte peligrosa.
Consecuente con la doctrina de san Bernardo, el preceptor se
deshace de sus escasas propiedades y hasta de sus ropas para que
se las dieran al más friolento de los menesterosos.
Como en la tragedia, el vaticinio no podía fallar: el pupilo
mata a un amansador de caballos, tira a sus padres en un precipi-
cio y se echa a la perdición —se pierde para encontrarse, como
sucede en las biografías de los santos: vive en casas de lenocinio y
se cubre de llagas, predica la crueldad del mundo y sostiene que
el amor es un estorbo para la comprensión del mundo. Descree
del bien, pues cuando asesina a sus padres y avienta monedas a
las casas de los pobres, éstos, en lugar de usarlas para su prove-
cho, las derrochan en burdeles y cantinas y, cuando vuelven a la
miseria, se convierten en criminales. No hay salvación posible.
Como en aquellas misteriosas leyendas que rodearon a los no-
bles que se entregaron, desinteresadamente, a la construcción de
catedrales para expiar sus faltas, el pupilo participa en la construc-
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Ibid
., p. 107.
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