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Vicente Francisco Torres
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En la primera, un arquitecto que vive frente a la catedral de
Zacatecas decide ir en busca de un drama misterioso que sucedió
en Tepetongo, su pueblo natal, el año de 1957. Es ésta una histo-
ria protagonizada por Crescencio Montes (comerciante), Máxima
Benítez (dependiente) y Baldomero Berumen (amansador de po-
tros) que tiene todos los visos del realismo mágico por lo extraño
de su tema y por algunos detalles —los pájaros ciegos de Chen-
cho, la paulatina mutilación de José de la Torre, las reuniones de
las hechiceras en la sierra de Motita, la plaga de lirios morados con
pétalos del tamaño de la hoja de un cuchillo, los sueños horroro-
sos y premonitorios, la ubicuidad del fraile amigo de Ordóñez—
que no son simplemente realistas ni quieren pasar tampoco como
fantásticos; estamos frente a una realidad vestida de misterio,
asombro y coincidencias turbadoras.
2
La muerte por cáncer de Crescencio, la fuga de toda la familia
de Máxima y el suicidio de Baldomero antes de su boda con la de-
pendienta —unos dijeron que se suicidó porque su prometida ha-
bía sido querida de Crescencio, otros pensaron que por impotencia
sexual y no faltó quien sostuviera que lo asesinó su cuñada de la
cual era amante—, acentúan el lado sombrío de la historia en que
figura el cantero Mariano Rodríguez, quien se afanaba en descifrar
la historia esculpida en la fachada de la parroquia de Tepetongo.
Lo curioso de este supuesto triángulo amoroso está en que
Crescencio, sin saber el significado de un letrero esculpido en la
historia del santo (
Quare de vulva eduxisti me?
), ordena que se
grabe en una lápida que mandó hacer para Baldomero. Y es cu-
rioso porque sin querer, como por una fatalidad insalvable, esas
mismas palabras expresan la descorazonadora visión del mundo
que aquellos protagonistas pueblerinos, de vida aparentemente
gris y pacata, se habían forjado desde sus rincones, como los más
experimentados hombres cosmopolitas. Si se mira con cuidado,
este hecho es semejante al conocimiento que Crescencio tiene del
2 
Dice Enrique Anderson Imbert: “Un narrador realista, respetuoso de la re-
gularidad de la
naturaleza
, se planta en medio de la vida cotidiana, observa cosas
ordinarias con la perspectiva de un hombre del montón y cuenta una acción ver-
dadera o verosímil. Un narrador fantástico prescinde de las leyes de la lógica y del
mundo físico y sin darnos más explicaciones que la de su propio capricho cuenta
una acción absurda y sobrenatural. Un narrador mágico realista, para crearnos la
ilusión de irrealidad finge escaparse de la naturaleza y nos cuenta una acción que
por muy explicable que sea nos perturba como extraña”. “El realismo mágico de
la ficción hispanoamericana”, en
El realismo mágico y otros ensayos
, p. 10.
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