Tema_y_variaciones_44_completa - page 145

Vicente Francisco Torres
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corazón brújulas enloquecidas, extrañamente orientadas, que los
obligan a tomar por caminos desconocidos para luego ahí abando-
nar sus almas a desoladas y terribles contemplaciones, apartándose
trágicamente de su objetivo original.
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Aquí aparecen no sólo tres personajes que veremos en el siguiente
libro de Salazar (el trovador ciego, Juana Gallo y Valente Reveles),
sino también un loro como símbolo de longevidad, como un mon-
tón de plumas de colores que se resisten a la acción devastadora
del tiempo.
En
El mundo es un lugar extraño
(1989), Severino Salazar
echó mano de una técnica narrativa que, en México, habían utili-
zado Rafael Bernal en
Memorias de Santiago Oxtotilpan
(1945) y
Elena Garro en
Los recuerdos del porvenir
(1963): los pueblos es-
cenarios de las novelas se humanizan y opinan. En
El mundo es un
lugar extraño
, hablan los personajes principales y se humanizan
otras cosas para hablar: la casa de Valente Reveles, el camino que
baja de las montañas, el invernadero, las calles de Zacatecas, el cé-
firo.
Si bien los personajes cuentan una parte del argumento de la
novela, todos están interesados en decir qué sentido, o sin senti-
do, señorea la vida:
1) Pancracio, el trovador ciego, es determinista porque cree
que cada cien años debe surgir un anacoreta que desafíe a Dios y
luche contra la naturaleza. Advierte que sobre tres tumbas vuelan
las plumas verdes y amarillas de un loro que fue a morir sobre
ellas. Es decir, la muerte siempre triunfa sobre la vida, por más lon-
geva que sea, como la del perico. Cree que no hay que darle mu-
chas vueltas al sentido de la vida:
Porque se van, se pierden buscándole tres pies al gato. Cuando todo
debe ser tan sencillo: nuestro primer cometido debería ser la aclara-
ción de si la vida es buena o mala. Y ya. Quedarse callado: contento
o decepcionado, pero sin involucrarnos y sin patalear a todos lados
sin sentido. Pues nada de lo que hagan va a cambiar esta vida. No
hay por qué administrarle sufrimiento a la carne que nos tocó arras-
trar por esta ciudad, no hay derecho […] Esta tristeza de la vida que
traen con ellos no tiene razón de ser. Es absurda, un desperdicio.
7 
Ibid.
, p. 31.
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