La rutina cotidiana de Sofía en el Zócalo
En busca de un lugar de estar, y de una interlocutora en el Zócalo,
me fijé en la bolera Sofía, que trabajaba cada día con su carro en
la muy animada esquina de Seminario y Moneda. Nos conocimos
durante mis periódicas visitas a la plaza, al inicio de mi trabajo de
campo. El carro de la bolera era perfecto. Pasé muchas horas con
Sofía en su puesto, me enteré de su historia personal, conocí la ruti–
na cotidiana de su trabajo y su percepción de la plaza. El puesto era
muy adecuado como excelente punto de observación, al cual acu–
dían nuevos clientes y visitantes del Zócalo.
Sofía se casó a los 14 años, y a la muerte de sus padres se mudó
con su marido desde un pequeño pueblo ubicado en las cercanías
de Valle de Bravo, en el Estado de México, a la ciudad, para acercar–
se a sus hermanos. Poco después del nacimiento de su hijo menor,
hace 13 años, el marido la abandonó por otra mujer, y en adelante
tuvo que asumir ella sola el sustento de la familia. Trabajó algunos
años en una tienda de frutas, en el centro, y como vendedora de
tamales, hasta que finalmente, en 1996, comenzó a trabajar como
bolera sindicalizada con lugar fijo y carro propio. El sindicato le
asignó su lugar en el Zócalo. En aquel momento Sofía tenía 37 años
y cuatro hijos entre los 14 y los 20 años: Roberto, Érica, Juan y
Felipe.
Sofía trabaja seis o siete días a la semana, entre diez y doce horas
diarias. Cuando arma su puesto móvil de bolear hacia las siete de la
mañana, en un Zócalo todavía muy tranquilo, es siempre la primera
de cuatro boleros que tienen su lugar asignado allí. Sólo los vende–
dores de pan , tamales, chocolate caliente o atole esperan ya, en las
salidas del Metro, a su clientela del desayuno.
La
mayoría de los
clientes fijos mañaneros de Sofía son empleados y burócratas que
trabajan en Palacio Nacional o en las oficinas aledañas. Entrada la
mañana, son más los clientes ocasionales. Los sábados no hay tantos
empleados de oficina, pero es el principal día de compras, yel centro
está lleno de comerciantes y transeúntes. Los domingos, por el con–
trario, el negocio no es bueno para Sofía, y si ha tenido una buena
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