venía don Manuel, su compadre, y de vez en cuando también su hija
Érica con su pequeño hijo Edwin. La hermana de Sofía pasaba por
allí cuando tenía algo que hacer en el centro, y también el hermano
de su novio, que estaba pensando en dejar su empleo ftio en la fábri–
ca de pan Bimbo y comenzar como bolero; para eso se informaba
con Sofía sobre la rutina de trabajo.
También en el lugar Sofía tenía muchos conocidos. Saludaba a
algunos ambulantes; con otros intercambiaba regularmente algunas
palabras, por ejemplo, con el hombre de Veracruz que vendía suéte–
res para niños, o con la propietaria de la tortería. En 1997 había,
además, algunos inspectores civiles de vialidad pública que eligie–
ron el carro de Sofía como punto de control de los ambulantes en el
Zócalo; allí dejaban sus cosas y bromeaban con Sofía. A veces una
muchachita llamada Clara, que por unas monedas pegaba calcoma–
nías a los turistas en el Zócalo, se quedaba un rato a conversar en el
carro, y contaba de sus experiencias en las plazas públicas de la gran
ciudad . Sofía me contaba también de una amiga que por un tiempo
había vendido bebidas en la plaza. Aunque había encontrado otro
trabajo al sur de la ciudad, la mujer venía periódicamente al Zócalo
para saludar a sus amigas, y de paso les vendía ropa llamativa. Había
también un payaso que, mientras se presentaba por la tarde en la
explanada de la plaza, dejaba sus cosas con Sofía. Conversaban, bre–
ve pero amistosamente, sobre el trabajo y los últimos acontecimien–
tos en el Zócalo. Algunas veces Sofía iba a almorzar con un matri–
monio de ambulantes procedentes de Teotihuacan, que vendían
figuras de artesanía frente a su carro. Ellos contrataron un tiempo
como vigilante a Juan, el hijo de Sofía, el cual buscaba con urgencia
un trabajo. Los meseros de la cantina El Nivel, a la que a veces íba–
mos a comer juntas, la saludaban (también a mí) de forma cordial.
De vez en cuando uno de los inspectores le traía algo de comida o
tamales para el desayuno.
Guadalupe Reyes Domínguez dice, en un estudio sobre los am–
bulantes en el centro de la ciudad de México, que entre éstos no
existen relaciones estrechas y ni siquiera amistades; que su relación
se basa más bien en una economía cotidiana y no en la solidaridad
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