español ni sabía lo que era un mango; en la estación de camiones,
aquí en el Zócalo, vendía cacahuates por diez centavos" (conversa–
ción con María, 12 de septiembre de 1997). Desde entonces se sienta
más o menos cada día en el Zócalo. Entretanto se ha especializado
en la preparación de frutas artísticamente cortadas, polvoreadas con
chile. Según la estación se trata de mangos, tunas, melocotones o
manzanas, que María coloca ante sí en una simple caja de madera,
en el suelo. Con su marido, un cargador del mercado de La Merced,
y sus tres hijos, quienes entretanto han llegado a tener puestos pro–
pios en el Centro Histórico, alquilaron al llegar a la ciudad un cuar–
to por un peso. Cuando en 1985 la vivienda sufrió graves daños por
el terremoto, se mudaron a una antigua vecindad en el centro, en la
cual viven en la actualidad . Doña María se sienta junto al muro de la
Catedral, y con su colorida vestimenta tradicional de los mazahua se
ha convertido casi en una atracción turística. Por lo demás, se queja
en alta voz cuando tiene que posar para fotos sin que le compren
algo.
Muy distinta es la historia de Martín, que tiene un puesto de
jugos en la linde del Centro Histórico. Martín vive con su familia en
la parte sur de la ciudad. Temprano en la mañana viaja al gran mer–
cado para comprar allí las frutas
y
comestibles; después abre su bien
equipado puesto de metal, que semeja un pequeño quiosco, para
servir a sus clientes habituales . Es pasante de abogado, "pero las po–
sibilidades de trabajo son miserables, siempre hay que enredarse en
la corrupción" dice. Para él es preferible trabajar de manera inde–
pendiente, tener buenas relaciones con sus clientes y, a fin de cuen–
tas, sus ingresos como vendedor de jugos no son peores que los de
un empleado. Un ejemplo más es Miguel, fotógrafo que sólo trabaja–
ba de vez en cuando como ambulante. "Vale la pena el negocio espe–
cialmente por la épocas de Navidad". Era un trabajo duro; por seis
semanas vivía día y noche en el centro, entre los puestos. De todos
los egresos, como el salario para un ayudante, el sustento diario, los
pagos a la Unión de Ambulantes y a los inspectores, ganaba tanto
dinero que pudo comprarse un auto, y con los ingresos podían vivir
dos personas durante cuatro meses (conversación con Miguel, 14 de
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