sino: vaya mi trabajo. Eso es otra cosa. Cuando vamos a pasear deci–
mos: vamos al Zócalo o a Bellas Artes en la Alameda, pero yo no lo digo
más. Aquí está mi trabajo. Si alguien me pregunta dónde trabajo con–
testo: allí, en Moneda, esquina Seminario (Sofía, 5 de enero de 1997).
La venta ambulante
Desde tiempos prehispánicos ya había venta ambulante en México.
Los primeros conquistadores españo les escribían impresionados
por los inmensos mercados callejeros aztecas con mercancías de to–
das clases, que se encontraban principalmen te en el barrio d e
Tlatelo1co, pero también en o tras plazas más pequeñas
(Cf
Yoma
Medinaj Martos López, 1990:331).
Hay documentos que prueban que el mercad o Baratillo ya se
hallaba situado en la Plaza Mayor a comienzos del siglo
XVII.
Este
mercado servía a los habitantes más pobres de la ciudad y a la po–
blación indígena tanto para vender su s mercancías como para be–
neficiarse de ofertas favorab les. A cau sa d e las quejas de los nego–
ciantes allí asentados y de los habitantes más ricos del centro sobre
el "mercado de ladrones", se intentó controlar la actividad del mer–
cado o incluso prohibirla, lo cu"l, sin embargo, nunca se logró. A
diario los comerciantes se instalaban en ésta o en otras plazas
( ibid.
541)7
En 1931 la administración de la ciudad (entonces Departamento
del Distrito Federal), constituido en 1928, publicó una regulación de
la venta ambulante en la cual, empleando los "habituales" argumen–
tos de la suciedad y los problemas de tránsito en el centro, así como
la afectación a los negociantes establecidos, exigía una limitación de la
venta ambulante, pero nunca lo prohibió (Azuela, 1990:21). En la dé–
cada de los setenta la venta ambulante se extendió, a causa del creci-
7
En 1703 abrió sus puertas en el Zócalo e l mercado oficial El Parián, donde
podían comprarse mercancías caras, importadas desde la madre patria española.
En el marco de una restauración de la plaza. a fines del siglo
XVIII,
se instaló en la
esquina sudeste el mercado El Volador
(ef
Yoma Medina/ Martos López,
1990:57-
63).
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