regional. Menos promisoria aún resulta la propues–
ta neoliberal de contar con cada vez más mercado
y cada vez menos Estado; y ello es así por la impo–
sibilidad estructural de que el grueso de la pobla–
ción satisfaga su demanda de los bienes y servi–
cios que definen la canasta del bienestar, a través
del mercado.
El acceso tardío al desorden capitalista ha obli–
gado a una gestión estratégica del Estado, aun para
definir la existencia y organización de las llamadas
clases fundamentales. Esta precoz y duradera inter–
vención estatal ha originado tutelajes paralizantes,
así como una inocultable asfixia de la energía so–
cial, para producir, para decidir... para participar.
Cuando una economía nacional, o un productor
individual, no puede decidir qué va a producir,
cómo lo va a producir, cuánto y para quién va a
producir, se carece de la más elemental viabilidad
como oferente y no resulta exagerado afirmar que
los procesos de sanguinario colonialismo interno,
padecidos por los indígenas de América Latina,
han pasado por la expropiación de las respuestas a
estas preguntas, entre una gama de enormes arbi–
trariedades. La soberanía del productor, distinta al
ofertismo neoclásico, especialmente garantizada
para el pequeño oferente agrícola, debe formar
parte de la nueva política económica regional.
Búsqueda de la igualdad y soberanía del pro–
ductor, son propósitos que se eslabonan, hacia
atrás, con los insumos, factores y medios de la
producción, en una dinámica que garantice la
oportunidad y suficiencia de los primeros, la equi–
dad en la remuneración de los segundos, así como
el acceso indiscriminado a los terceros. Por lo
tanto, la política de distribución de la tierra, la
polífica
S
£Üarial y la polífica fiscal están llamadas a
jugar un papel progresivo y trascendental en la
nueva estrategia, y deben hacerse acompañar por
una creativa política de financiamiento del desarro–
llo, que ya no puede diseñarse con arreglo a las
antiguas condiciones de abundancia de liquidez
internacional y urgencia por su colocación.
Si se asume la existencia de una muy competida
lucha mundial por parücipar de h liquidez disponi–
ble, el papel comprometedor que en el pasado re–
ciente desempeño el endeudamiento externo, hoy
deberá jugarse con una promoción inteligente y
agresiva de las exportaciones o del eslabonamiento.
con el mayor valor agregado nacional, en cadenas
productivas con presencia en el mercado mundial.
Ello comporta dos riesgos de gran magnitud, a
saber:
• El que representa el papel protagónico que, a la
hora de la globalización, han adquirido las gran–
des empresas trasnacionales que, al fomentar un
irresponsable pragmatismo en las decisiones
económicas, provocan una gran incertidumbre
respecto al futuro productivo de las naciones
que subordinan, y
• el que significa la amplicación y profundización
de la maquila, actividad que se ha expandido aun
en tiempos de crisis, por cuanto suele servirse de
un nivel miserable de los salarios y de la muy laxa
normatividad ambiental de los países de Améri–
ca Latina, provocando inequidad y agravio eco–
lógico, en ocasiones irreversible.
Todo mueve a considerar que la nueva política
económica requiere de un acuerdo básico y de muy
importantes instrumentos. El acuerdo básico des–
cansa en la aceptación consensuada de que la ine–
quidad y la pérdida de soberanía de los producto–
res no permiten la construcción de un proceso de
desarrollo pacífico y democrático perdurable. Los
instrumentos, además de las políticas de financia–
miento, de reparto agrario, de remuneración pro–
gresiva al trabajo, de generación de nuevos em–
pleos y de exportación, requieren de una gruesa
agenda social, en la que la educación, la salud, la
vivienda y el esparcimiento se conviertan en dere–
chos sociales de urgente cumplimiento. Por lo que
hace a los riesgos de la apertura a las inversiones
productivas, es indispensable la definición de una
política productiva, casi un plan sectorial, de gene–
ración de ofertas y de una normatividad ambiental
que
regulen
a la inversión extranjera. De otra forma,
resulta inimaginable el panorama productivo del
futuro, incluso del futuro cercano. Se requiere, en
este aspecto, armonizar cada proyecto de inversión
con un cuerpo de propósitos productivos donde la
integración del sistema económico, la generación
de empleos, el combate productivo a la inflación y
el cuidado y respeto por los recursos naturales y el
medio ambiente, no se conviertan en objetivos
excluyentes, sino complementarios.
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