Alejandro Anaya Rosas
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ellos, ya que, como dice Richard Nebel acerca de los pueblos pre-
colombinos de Mesoamérica, “La religión abarcaba todos los as-
pectos de la vida de los hombres: el político, el social, el familiar,
el individual, y estaba estrechamente ligada a ellos”.
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Aún en
nuestros días, esta dinámica se puede apreciar incluso en la ciudad
–pongamos de ejemplo las famosas pastorelas, las cuales son el
equivalente a un espectáculo teatral, a la vez que sirven para alec-
cionar, catequizar, sobre el nacimiento de Jesús. Sin embargo, la
apropiación de algunos esquemas que el indígena ha llevado a
cabo, gracias a ese sincretismo que los conduce a una asimilación
notable de ciertas nociones religiosas ajenas a él, revierte el espejo
de la representación con el objeto de que el reflejo visto ya no sea
el del hegemónico, sino el del pueblo mismo.
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Al decir pueblo me refiero a la gente que habita lugares de
pocos recursos, sitios geográficos donde se aglomera cierta canti-
dad de personas que no cuentan con los suficientes bienes capi-
tales para subsistir, como sí los tiene la gente de la centrada me-
trópoli. Estos lugares, que se pueden hallar tanto en pueblos como
en la periferia de las ciudades, forman un peculiar mapa territorial
en el cual existen dos tipos de demarcaciones: las invisibles o sim-
bólicas y las externas, o sea las creadas por la parte dominante, el
Estado, a manera de imposición de un orden. Las nociones sobre
espacio que estas personas guardan en su conciencia están más
encaminadas a la idea de espacio sagrado; de tal forma que el
arraigo que sienten por
su territorio
, es un arraigo espiritual, sim-
bólico e intransferible. No se ama al paisaje propiamente, o sea a
la construcción visual y externa edificada por múltiples factores
tanto contingentes e históricos, como de planeación de un orden;
el sentimiento de arraigo rebaza lo último instalando a los indivi-
duos en la idea del territorio “propio”, identitario; hablamos,
pues, de una etnoterritorialidad:
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Richard Nebel,
Santa María Tonantzin, Virgen de Guadalupe
, p. 83.
15
Como ejemplo podemos tomar el caso de Benedita Cypriano Torres, Santa
Dica; suceso histórico que, si bien narra un hecho poco creíble: la muerte y resu-
rrección de esta mujer, que pone de manifiesto “la debilidad ideológica de un mo-
vimiento que no tiene como base una reflexión a la vez teológica y científica”, sí
nos muestra como cierta comunidad se ve representada por la santa, comunidad
que adquiere identidad a través del “milagro” y que esta identidad a la que aludi-
mos es representativa de los pobres. Daniel Camacho, “Los movimientos popula-
res” en
América Latina, hoy
, p. 144.
Revista_43.indb 221
05/11/14 08:55