Tema y Variaciones 43 - page 227

Alejandro Anaya Rosas
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ra de la casa el tiempo sigue su curso diacrónico; el rugir del vien-
to, la diáfana luna y los susurros de los animales permanecen
como fenómenos externos que poco o nada tiene que ver con la
escena primordial. Los límites de la vivienda son la frontera que se-
para el caos interior de la vida externa, que a pesar de no ser tan
terrible como lo que describe el narrador, sí es más ruidosa, salva-
je y gélida. En el exterior de la casa no se advierte la cercanía con
la muerte. Como una suerte de metáfora de la circularidad, el pe-
queño de brazos se acerca a los padres muertos, y para completar
el ciclo donde convergen principio y fin de la vida, el niño coge los
coágulos de sangre y los lleva a la boca, remitiéndonos a la imagen
de la serpiente que se devora a sí misma. El niño es humano y
monstruo, la muerte es sangre y alimento, fragmentos de perso-
nas; hay un humo que forma figuras, no sabemos de qué tipo, en
el vacío; y para consumar el simbolismo de lo primigenio, ni siquie-
ra existe la palabra, pues los dioses la han suprimido. Todo en el
interior de la morada es caos, un caos silencioso que nos conduce
a la introspección, al rojo sangre que simboliza el corazón, o sea al
centro del mundo, al principio. Cabe señalar que el libro de donde
extraigo la cita está escrito en dos lenguas: el tsotsil y el castellano;
y que antecede, por supuesto, la lengua indígena al español. Este
hecho, a mi modo de ver las cosas, le otorga un valor especial al
nombrado subalterno, y a nosotros, como lectores, nos acerca con
la oralidad de las lenguas indígenas, las cuales fungen como inter-
mediarias entre los hechos y la lectura; son inmediatas a lo más
hondo del espíritu: en este caso el idioma español es el puente,
jamás frontera infranqueable, que nos conecta con el mundo in-
dígena.
III
Mi propósito al crear este breve texto, no es otro que hacer notar
la gran distancia que la modernidad nos está imponiendo con res-
pecto de algunas prácticas, las cuales ponen en juego la esencia y
la espiritualidad del ser humano. Los mecanismos y las estructuras
de la modernidad, que el Estado y sus camarillas proponen, no al-
canzan a cubrir la indigencia espiritual con la que los individuos
deben enfrentar el drama de la vida, y, por tal motivo, los “subal-
ternos” invisten los elementos que tienen a la mano y luego se
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