Me gusta mucho pasear por el centro en dirección al Zócalo. Parti–
cularmente me gusta la vista desde la avenida 20 de Noviembre,
porque ésa es una perspectiva muy humana, ver cómo el espacio
cambia a medida que uno se va acercando a la plaza lentamente, con
la Catedral al fondo , flanqueada por los otros edificios. La mirada
se abre y se concentra al mismo tiempo en la fachada de la Catedral
(entrevista con Adela, 14 de enero de 1997).
Me acerco a la Catedral viniendo del sur. En la avenida 20 de
Noviembre, la mayor de las calles que dan acceso al Zócalo, la Cate–
dral aparece e n el campo visual algunas cuadras antes de llegar a la.
plaza. Al final de la ancha aveiüda ella ocupa toda la superficie entre
las hileras de edificios neoclásicos de cuatro pisos; sin embargo, no
parece muy elevada. En medio del cuadro se yergue el asta con la
gigantesca bandera nacional, que parece sobrepasar a las dos torres
de la Catedral. Si uno entra a la plaza desde la avenida y permanece
un rato bajo los arcos del antiguo ayuntamiento, la Catedral, situada
al otro lado de la plaza, tiene un aspecto imponente en comparación
con los otros edificios circundantes. La yerma superficie de la plaza es
inmensa; pueden reconocerse personas aisladas, pero no los movi–
mientos. Si uno camina en línea recta por la plaza, la nueva astaban–
d era de más de sesenta metros de altura parece cada vez más monu–
mental. Se yergue formando casi un eje (aunque no completamente)
entre la avenida 20 de Noviembre y el portón principal de la iglesia.
La amplitud de la plaza, la luminosidad y el calor influyen en la
percepción, de modo que resulta difícil determinar las dimensiones
ópticas de los edificios colindantes. A cada paso cambian las propor–
ciones espaciales entre los edificios y la fachada de la Catedral, que
parece cada vez más inmensa y monumental. En el extremo norte de
la plancha de concreto, delante de la poco transitada calle de cuatro
ca rriles, hay estacionados algunos bici taxis . Desde aquí, la totalidad
del edificio desaparece del campo visual, la fachada pasa a un segun–
do plano y la mirada se concentra en el movimiento de la acera
situada enfrente. Entre los pequeños y anacrónicos árboles que cre–
cen al borde de la calle y de la reja de hierro de dos metros de altura,
los ambulantes han desplegado sus mercanCÍas en el suelo de modo
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