modo de gratitud por alguna plegaria escuchada. Las largas hileras
de cirios y flores demuestran que son muchas las personas que acu–
den a los santos esperando de ellos socorro y consuelo. A menudo se
ve a fieles orando arrodillados delante de los altares y relicarios. El
tenue murmullo de sus rezos sólo es opacado, cuando hay misa, por
los altavoces, cuyo eco es tan fuerte que uno siente temor de que el
edificio comience a temblar y se venga abaj o .
La nave de la izquierda está un poco más iluminada, ya que hay
una segunda entrada por el lado oeste. Los fines de semana se agru–
pan aquí, debajo de improvisados baldaquinos, los cortejos de bauti–
zos y bodas que esperan a que les llegue el turno de recibir la bendi–
ción de la Iglesia. Cerca de esa entrada lateral se encuentra una pequeña
vitrina e n la que se reproduce una de las estaciones del Vía Crucis.
En ella se ve a J esús doblegado bajo el peso de la cruz y con el rostro
cubierto de sangre. Delante de la vitrina hay un pequeño reclinato–
rio, donde he visto niños rezando muchas veces, los que, a juzgar
por sus ropas raídas, deben vivir en la calle. La Catedral está anima–
da y la visitan personas que vienen con la expectativa de poder satis–
facer sus propias ruegos. Una grabación de
soundscape
serviría para
sintetizar aún más la atmósfera reinante en la Catedral: el rumor
grave y ronco de los motores de las bombas de agua, las sonoras y
entrecortadas palabras "padre nuestro" del niño de la calle, que se
repiten una y otra vez, los susurros de un grupo de turistas norte–
americanos, pasos que se arrastran , el tintinear de monedas que
caen en la limosnera, algunas inaudibles notas de órgano y, desde
muy lejos, los bocinazos de los autos.
Lo que me gusta particularmente del Zócalo, aunque llevo algunos
años trabajando en el ayuntamiento, sólo lo he descubierto reciente–
mente: son las muchas iglesias que hay en
el
centro. Hay días en que
me siento melancólico, entonces me resulta difícil pasar el día en
el
centro, que es tan ruidoso. Si entras a una iglesia, encuentras de in–
mediato un silencio que tal parece que no estuvieras en el centro; es
como una isla de tranquilidad. Entiendo por qué la gente acude a la
iglesia no sólo por sentimientos religiosos, sino también para tener
un momento de reflexión. En definitiva para eso fue concebida la
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