Aquí uno vuelve a formar parte de la multitud y del movimiento.
Ya afuera, camino alrededor de la reja para contemplar la parte tra–
sera de la Catedral: paso frente a los vendedores de
souvenirs
y a los
puestos de información . De una casetera se oyen canciones mexica–
nas de pro testa. En el lado oeste de la Catedral hay unos veinte hom–
bres sentados en fila en la base de la reja que ofrecen su fuerza de
trabajo como jornaleros. Delante de cada uno, junto a un puñado
de herramientas, hay un cartel pintado a mano que indica la profe–
sión: plomero, carpintero, albañil, yesero o soldador.
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Al fondo de
la Catedral es tá la calle Guatemala, en la que hay algunas tiendas de
artículos religiosos con nombres tales como El Vaticano, Casa Pri–
ma, etcétera. En estos atestados comercios hay un gran surtido de
estampas de santosjunto a toda clase de carteles de flores , motocicletas,
animales o mujeres ; hay también todos los a rtículos religiosos
imaginables, como
crucif~os,
estandartes y atavíos litúrgicos. Hay
por aquí también algunos lugares donde venden hierbas, y está la
célebre Farmacia Homeopática Nacional. De este lado de la Cate–
dral se percibe un poco de de terioro, hay basura en la calle y algu–
nas de las casas se encuentran en muy mal estado. En la esquina está
estacionado un viejo y abollado auto de la policía. Más tarde pudo
comprobarse que pertenecía a los inspectores urbanos, que desde
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Véase también el estudio de Andrea Mohr sobre la significación de una
iglesia en el centro de la ciudad de Francfort, como tranquilo lugar de meditación
y
espacio de experiencia religiosa en una gran ciudad (Mohr, 1994).
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Los artesanos en esta parle del Zócalo tienen una tradición desde la época
de Porfirio Díaz, a principios del siglo xx. Ellos pertenecen a una organización
sindica1 cuyos voceros parlamentan con el gobierno de la ciudad sobre el lugar
donde pueden ofertar sus servicios. La municipalidad les concedió este lugar con
las medidas exactas de un metro de profundidad
y
cincuenta metros de longitud
a lo largo de la reja. Cada artesano debe pagar mensualmente una cuota de cinco
pesos a la organización, por lo cual recibe una identificación (que sirve de garan–
tía también para los clientes)
y
se convierte en miembro registrado con todos los
derechos
y
deberes. En noviembre de 1997 habían registradas 300 personas, cada
día acuden unas 25 personas en busca de trabajo. Los clientes los contratan por
distintos periodos de tiempo para realizar trabajos en viviendas, oficinas, edificios
y
obras constructivas (véanse los resultados de unos ejercicios realizados por estu–
diantes en el marco de un seminario de sociología urbana en la
UAM
Azcapotzalco
bajo la dirección de Irma Juárez, tercer trimestre, 1997).
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