la Catedral y la plaza, delimita las actividades de la Iglesia y la protege
como un vallado hacia
el
interior. Por medio de ese atrio, la iglesia
adquiere una importancia particular en la plaza que enfatiza aún más
su dimensión y su autoridad. Ella ocupa la plaza y extiende los límites
de su edificación por medio de esa zona de tránsito. El territorio deli–
mitado se torna visible.
Sólo teniendo en cuenta la situación específica de México, don–
de desde hace mucho tiempo existen rivalidades entre la Iglesia
y
el
Estado, pueden entenderse los acalorados debates en torno a la reja.
Al menos desde las reformas políticas llevadas a cabo por Benito
Juárez en 1859, quien, entre otras cosas, hizo expropiar y enaj enar
para otros fines la mayor parte de los bienes de la Iglesia, comenzó
una enconada lucha de poder entre ambas instituciones que se re–
crudeció después de la revolución de 1910. Los distintos líderes
revolucionarios expresaron sin ambajes su actitud anticlerical en la
lucha entre las ideas laicas y religiosas. Ellos veían en la Iglesia a una
institución reaccionaria, enemiga del progreso (Tobler, 1984:3961).
La reja de la Catedral se convierte por tanto en una metáfora visi–
ble de la separación entre la Iglesia y el Estado, y marca los límites de
sus respectivas jurisdicciones.' En ese sentido la reja se revela como
una frontera que es preciso cruzar. Más allá de sus delimitadoras fun–
ciones políticas, ella traza una frontera entre dos espacios distintos,
uno cotidiano o profano y otro espiritual
y
sagrado. Al entrar en el
atrio, uno siente que pisa un espacio de tránsito que nos prepara
para la entrada a otro espacio distinto (Rolshoven, 2000: 111). El atrio,
en su condición de espacio intermedio, crea una distinción sensorial y
una percepción espacial de un "adentro" y un "afuera".
La
plaza en su
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Es interesante en este punto destacar que la reja es hoy el único lugar en la
plaza donde se producen expresiones políticas radicales. Los grupos políticos, con
la Catedral a sus espaldas, agitan contra el Palacio Nacional
y
el ayuntamiento. Se
impone entonces la pregunta si es ésta una posición estratégica de los grupos polí–
ticos, en vista de que ni el Estado ni la Iglesia se sienten responsables por la reja, o si
la Iglesia, con su actitud tolerante, apoya los ataques contra el Estado. ¿O se trata más
bien de una casualidad, ya que la reja es el único lugar en toda la plaza donde se
pueden fijar carteles
y
ante la que siempre está desfilando un incesante flujo de
personas?
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