chen sus ruegos y se les conceda la gracia. Este lugar tiene una conno–
tación esencial y se define de manera evidente como un lugar de pe–
regrinación mucho más popular que la Catedral en el Zócalo. La Ca–
tedral, a diferencia de la Basílica, puede ser sencillamente el destino de
una excursión dominical o el motivo para una foto de familia.
Por otra parte, en el Zócalo coinciden la identificación con la fe
católica y las ideas religiosas con la suntuosidad del emblema "en el
corazón de la ciudad". Los habitantes de la ciudad se sienten orgu–
llosos del monumental edificio en la Plaza Mayor, y acogen con reve–
rencia el poder que ésta representa. La Catedral es la materializa–
ción en piedra del poder clerical. A pesar de las reformas y del laicismo
propagado por el Estado, la Iglesia católica tiene en México, desde los
tiempos de la colonia, gran influencia en la vida de la sociedad. Es,
junto al gobierno, el poder hegemónico más importante. Si bien no
lleva a cabo una acción política diaria con los medios habituales de la
agitación política,
tal
como la practican los partidos del poder y de la
oposición , la Iglesia forma parte de la estructura política de la socie-
san
La
patrona de México
y
su imagen constituye el símbolo más importante del
catolicismo mexicano
(el
Nebel, 1992). Ello se pone manifiesto en una gran varie–
dad
de
situaciones en forma de práctica cotidiana religiosa, por ejemplo, en un
considerable número de altares callejeros, pero también en detenninadas maneras de
hablar
y
de maldecir. Sucesivamente están ocurriendo "milagros"que mantienen
vivo el culto alrededor de la Virgen de Guadalupe. En
el
verano de 1997, por ejem–
plo, sucedió uno de esos milagros en una de las más frecuentadas estaciones de
Metro del centro: en los pasillos subterráneos la Virgen de Guadalupe se le apareció
a alguien en el piso de mármol. Las multitudes acudieron
al lugar
después que se
divulgó la noticia, provocando un gran caos por espacio de varios días. Alrededor
del lugar, que a muchos de los pasantes sólo les pareció "una gran mancha de
humedad", se colocaron barreras mientras varios policías regulaban
el
paso de la
gente. Se prohibió depositar flores o dinero, así como orar en
el lugar.
Las filas de
personas pasaban junto a la "mancha"
y
sólo se les permitía echar un breve vistazo.
También la Iglesia reaccionó
al
principio con rechazo e hizo
ftiar
carteles en las
paredes que decían: "No es un milagro". En vistas de que el flujo de peregrinos no
disminuía, la Iglesia se vio obligada a reaccionar. En una sonada acción, cortaron el
pedazo de mármol del suelo donde se veía la Virgen del Metro
y
10 colocaron en un
relicario especialmente instalado
y
oficialmente consagrado para él a la entrada de la
estación. Sobre la significación de los milagros
y
cultos como elementos de la prácti–
ca cotidiana religiosa,
Cf
Stefanie Peter,
Maximilian Kolbe. Dk HersteUungeines Heiligen
(Peter, 1999).
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