Los suicidad en la literatura - page 150

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Tema y Variaciones de Literatura 40
Es la respuesta a una situación traumática que experimenta
Mishima a los doce años, en que en el héroe se reactiva la escena
primitiva marcada por el desplazamiento del padre, cuando los
cuatro dormían juntos sobre un
futon
y su tío hace el amor con su
madre
.
Mishima recuerda cómo su padre, totalmente impotente, lo úni-
co que hace es taparle los ojos a su hijo para que no viera la escena.
Esto tuvo un efecto doblemente traumático en el niño Mishima,
pues recordemos que es a esta edad, de doce, cuando tiene lugar el
reencuentro de Mishima con su madre, después de un largo tiempo
de separación, lo que contribuye a un reproche afectivo y libidinal
intenso. Por ello, en una existencia en que nada es permanente, en la
impotencia, el descontento y la frustración, en el delirio, en la nove-
la surgen en Mizoguchi los deseos de destruirlo:
Se me ocurrió que el templo de oro podría haber adoptado algún disfraz
para ocultar su verdadera belleza. ¿No era posible que, con el fin de
protegerse de la gente, la belleza engañase a los que lo observaban? Te-
nía que acercarme al Templo dorado más, tenía que eliminar los obstá-
culos que parecían feos a mis ojos, y yo tenía que examinar todo, deta-
lle por detalle, y con estos ojos míos percibir la esencia de su belleza.
En la medida en que sólo creía en la belleza que se puede ver con los
propios ojos, mi actitud en ese momento era bastante natural.
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Esta idea se convierte en una obsesión para el protagonista, atado y
encarcelado por sus obsesiones, quien en la novela también expre-
sa: “Cuando os encontréis con el Buda, matadlo, cuando os encon-
tréis con vuestro antepasado, matadlo, cuando os encontréis con
vuestro padre y vuestra madre, matadlos! Sólo así alcanzareis la
liberación!”
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Mizoguchi recuerda un principio Zen de Rinzai-roku cuando
piensa por primera vez incendiar el templo. La libertad, al parecer,
51 
Yukio Mishima,
The Temple of the Golden Pavillion
, p. 25. (It occurred to me
that the Golden Temple might have adopted some disguise to hide its true beauty.
Was it not possible that, in order to protect itself from people, the beauty deceived
those who observed it? I had to approach the Golden Temple closer; I had to remove
the obstacles that seemed ugly to my eyes; I had to examine it all, detail by detail,
and with these eyes of mine perceive the essence of its beauty. Inasmuch as I belie-
ved only in the beauty that one can see with one’s own eyes, my attitude at the time
was quite natural.)
52 
Ibíd.
, p. 244.
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