Antonio Marquet Montiel
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amansadores, que lo hacían hablándole a gritos a la bestia e insul-
tándola, como si estuvieran exorcizando al demonio.
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La paradoja del domador es que no pueda avasallar su diferencia.
Puede domeñar a la bestia libre; socializa a las bestias. Él, sin em-
bargo, no puede expresar su diferencia, construirla, el malestar
que se deriva de ella: prefiere morir. La voz de una anciana lo se-
ñala con claridad: “Pobre hombre, no era tan buen amansador: no
pudo amansar la bestia que traía dentro de él mismo”.
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Desde esa perspectiva tradicional, la meta del sujeto es aman-
sarse, socializarse, soportar la carga normativa que la sociedad im-
pone: serían dignos de lástima quienes no lo logran.
Hay dos perspectivas en la novela: la terrestre y la lunar. Ellas
corresponden a las dos secciones de la novela: “La tierra”, “La
luna”: la primera gira en torno a un triángulo; la segunda se orga-
niza en torno a Hordoñez y su familia. En ambas se investiga, en
ambas hay un balance de hechos insólitos, en ambas partes la na-
rración toma por objeto a perseguidos por el orden social. La pri-
mera transcurre a mediados del siglo
XX
, la segunda en el siglo
XVI
.
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Entre ambos apartados se presenta la catedral. En la primera par-
te se acentúa la labor de rescatar, la labor de significación. En la
segunda, todo se resuelve en el desprecio del mundo y en la mor-
tificación de la carne. La construcción de la catedral no interesa a
la narración en la medida en que tal empresa implica a hombres
de una talla excepcional. En la primera parte hay un intenso diálo-
go con Dios, sin embargo, el tema del reclamo se hace presente
en todos los personajes. En la segunda parte, los protagonistas se
han apartado de los votos que seguramente hicieron en la vida re-
ligiosa que llevaron. Ello tiene consecuencias. La infertilidad prime-
ro y luego el temor del castigo. Su hijo sería portador del castigo
divino. El sueño así lo ha revelado. El material onírico no hace sino
traducir el intenso sentimiento de culpabilidad con el que vive la
antigua monja.
5
Ibid
., cap.
IV
, p. 31.
6
Ibid
., cap.
XIII
, p. 59.
7
En entrevista con Vicente Francisco Torres, Severino Salazar señala que: “es
la misma historia que se está llevando a cabo en el siglo
XVII
y la que sucede en Te-
petongo en 1957”. (S. Salazar,
Obras reunidas
, p. 317.) En cambio, en la novela se
señala que la conversación sucede en el siglo
XVI
, época en la que no pudo haber
palacios barrocos. No se trata de un libro de historia, sino de una novela.
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