Antonio Marquet Montiel
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se puede decir a causa de lo maltratado de algunas piedras, que
tendrán que sustituirse por nuevas. Lo primordial es reconstruir la
vida de ese santo, entenderla y casi esculpirla de nuevo”.
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En realidad se trataría de un “santo” que fue condenado a la
hoguera por la Inquisición. Un “santo” heterodoxo, que segura-
mente nunca entró en el índice de santos. Esa supuesta catedral
sería entonces una obra al mismo tiempo transgresora que elabora
la fuerte resonancia que causó la vida de ese hombre sin nombre
que convirtió su vida en gestos de expiación profundos y sistemá-
ticos. De esta forma, la trama del secreto incluiría tanto la elabo-
ración de un retablo como la homosexualidad encubierta.
Como se anuncia desde el epígrafe tomado de
Lancelot
de
Walker Percy, el sitio de las catedrales es donde se concentran los
marginales: homosexuales, putas, alcohólicos. Asimismo, quien
merecería estar en los altares sería otro tipo de santos. Los que lle-
van una vida de expiación, quienes desprecian el mundo, regalan
sus propiedades y prefieren la esclavitud a la vida de terrateniente,
quienes se pierden en el alcohol, los locos, los suicidas: es decir,
todos aquellos que encuentran este mundo extraño, que resienten
su extrañeza personal frente a una mayoría homogeneizada que
no tiene que plantearse preguntas, para quien todo es normal en
un mundo cuyo sentido no se busca, porque lo articula “todo”.
Esos santos no tienen nombre, renunciaron incluso al nombre.
Son quienes están fuera de la iglesia, los que merecen ser santos.
Los que salieron, como el novelista salió de la iglesia institucional
cuyo descrédito actual no puede ser mayor. Severino era muy reli-
gioso, en un sentido que no remite a la corrupción católica que se
ha visto en nuestros días, cuando para defenderse ante la
ONU
, el
Vaticano ha señalado que su responsabilidad se reduce al minúscu-
lo estado Vaticano, delimitación que corta con antiguas pretensio-
nes de universalidad de su doctrina. Severino Salazar iba a misa
cada domingo en la tarde. Una actividad solitaria.
Los verdaderos santos son aquellos que expían los pecados de
sus padres… el santo anónimo es hijo de una monja y un sacerdo-
te que colgaron los hábitos. Huyeron a Nueva España para unirse,
trabajar incansablemente y llevar una vida religiosa al margen de
los corsés institucionales.
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S. Salazar,
Donde deben estar…
, p. 44.
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