quiere para su desarrollo un esquema político severamente represi–
vo y autoritario. Como señala John Sheahan:
"En los países industrializados de Europa occidental y Amé–
rica del Norte el uso de políticas económicas orientadas al
mercado ha sido asociado desde tiempo atrás con la limita–
ción de las acciones arbitrarias de un gobierno. En
América
Latina
hoy parece ser verdad lo casi totalmente
opuesto.
Chile, y ahora tal vez Argentina y Uruguay, también han for–
talecido una identificación entre la insistencia en los princi–
pios del mercado y el uso de una represión política severa.
"¿Por qué la aplicación de los criterios de encienda tienen
un efecto sistemáticamente negativo en fomentar la represión
en los países latinoamericanos?
La razón central es que las
características críticas de sus estructuras económicas crean
conflictos directos entre las preferencias populares y los crite
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ríos de eficiencia.
"La coerción puede tomar una infinita variedad de formas,
pero las formas de brutalidad que han venido a ser caracterís–
ticas del gobierno (. ..) en Chile desde 1973 a la fecha, son,
en sí mismas, como una clase especial de degradación de la
humanidad.
En la mayoría de los casos en los países en desarrollo los meca–
nismos de libre mercado no generan un modelo competitivo sino
que, en muchos otros, los mercados son inexistentes (como en el
sector agrícola). Los obstáculos o "cuellos de botella" estructura–
les, junto con una estructura económica poco desarrollada, impi–
den que la oferta productiva reaccione a los estímulos o señales de
los precios relativos y de la demanda. La regla del sistema, más que
la excepción, es que los mercados, en caso de existir, sean imper–
fectos (monopólicos, oligopólicos o raonopsónicos).
En las economías capiúlistas en desarrollo buena parte de los
sectores estratégicos, dinámicos desde el punto de vista del creci–
miento y determinantes en la distribución del ingreso, están en
manos de empresas transnacionales. Esta es la razón por la que en
buena medida una política de libre mercado y libre cambio signi–
fica, para la mayoría de estos países, determinar, por las fuerzas
del mercado internacional y sus empresas matrices, el patrón "na–
cional" de acumulación, crecimiento y redistribución del ingreso.
La "oferta ilimitada de mano de obra", esto es, el problema es–
tructural de desempleo, impide, desde el punto de vista de la justi–
cia social y por lo tanto la estabilidad y libertad política, dejar que
las libres fuerzas del mercado establezcan el precio de la mano de
obra a niveles inferiores a los de los mínimos de subsistencia. Sin
olvidar que para aplicar esos criterios de eficiencia del libre mer–
cado es indispensable un sistema político represivo y autoritario
como lo comprueba la experiencia reciente de América Latina.
Por lo tanto, está claro que en nuestros países la política eco–
nómica debe basarse en métodos de
pacto social
y no en una
solu–
ción de mercado.
Esto es imprescindible porque las decisiones de
política económica afectan al pueblo en general y requieren el
consenso social, pues generalmente los beneficios y los costos no
se distribuyen equitativamente, y menos aún en el caso de la
contrarrevolución conservadora del neoliberalismo, que sin esbozo
alguno es una "revolución de los ricos contra los pobres".
Por todo esto, considerar sólo los criterios de eficiencia con las
decisiones de política económica, significa adoptar un punto de
vista tecnocratico y miope que equivale a pensar únicamente en
óptimos parciales. En una concepción socioeconómica más amplia
y global, aún sin abandonar el criterio de eficiencia, el óptimo glo–
bal llevaría en muchos casos a aceptar criterios de mercado que
aparentemente no fuesen muy eficientes de acuerdo a una vi–
sión estrecha, pero que serían la mejor posibilidad al considerar
los objetivos sociales y políticos de justicia y equidad; objetivos
igual o más importantes que el eficientismo económico.
Por otro lado la afirmación de que el libre mercado lleva a que
la "autoridad política pierda el control de la actividad económi–
ca" eliminando "esta fuente de poder coercitivo" no sólo es gra–
tuita sino contraria a ta evidencia histórica: pues en cualesquiera
de los casos el poder político pasaría a la gran empresa o a la gran
financiera, las que a su vez requieren de un Estado que proteja
sus intereses. El binomio
poder y ganancia
resulta indisoluble en
el sistema capitalista. Pasarlos por alto significa caer en la falacia
friedmaniana de la ideología neoliberal. En otras palabras:
"Para Milton Friedman, principal teórico 'neoliberal', esprefe-
rible una sociedad fundada en el incentivo de la ganancia que
una fundada en el hambre de poder. Como si en el sistema
capitalista no fueran los dos fenómenos —la ganancia y el
poder—dos aspectos del mismo proceso social.
"De hecho, el lucro ya es una forma concreta de poder, de
dominación. La lucha por el lucro ya es en sí una lucha por el
dominio. Sólo los espíritus ingenuos o hipócritas pueden con-