económica. En el plano más abstrado, a
principio se opone el de la
planificación.
Cabe agregar que en economías como la mexicana, ¡unto a la exis–
tencia del mercado como regulador de la asignación de los recurso.'?, se
observan otros elementos de regulación: n) la intervención estatal' (forma
embrionaria de la planificación) !a cual complementa o corrige la acción
del primer principio;
h)
la planificación corporativa
n
oligopóÜca. Ésta,
a partir do ticrlü "poder de mercado", busca incidir en ciertas variables
mercantiles (por ejemplo, en los precios) en favor del desarrollo de la
corporación. Es decir, en la medida que la empresa se expande y ocupa
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económicos crecientes, la planificación interna que le es propia
51-
(1сгч1с
a exteriorizar y a permear los espacios aledaños pertinentes.
ideología del
F M I
critica a estos dos principios de regulación como
distiirsíonadores e ineficientes, aunque es mucho más fuerte y explícita en
relación al intervencionismo estatal. En la mayoría de los casos, la crítica
al intervencionismo oligopólico se soslava y permanence en la penumbra.
Friedman, por ejemplo, plantea cl problema del "monopolio técnico"
y sostiene que se debe elegir entre "tres denumios"; el monopolio privado
no regulado; el mismo pero regulado por el Eslado, y, como tercera al–
ternativa, el monopolio estatal. Para él, el "demonio menor" reside en el
monopolio privado no regulado.' Gary Becquer, por su lado, sostiene que
es preferible "no regular a los monopolios económicos y sufrir sus malas
consecuencias, antes que regularlos y sufrir los efectos de las imperfec–
ciones de la regulación estatal.'
Según Reder, "normativamente, la economía de Chicago dice que el
monopolio es malo; positivamente, que su existencia es poco frecuente y
su impacto limitado". Agrega que "en el trabajo aplicado., . se asume, en
ausencia de suficiente evidencia contraria, que los precios y cantidades
observadas se pueden considerar comu buenas aproximaciones de los va–
lores de equilibrio competitivo del largo plazo. Llamo a esto, ei supuesto
de buena aproximación"." O sea, se habla mucho de empirismo pero si la
evidencia contradice a Jas hipótesis básicas, se rechaza la empiria.'"
Esta especie de "doblez" o dualismo crítico da lugar a un efecto muy
especial, Como las estructuras oligopólicas existen y pesan, el argumento
explícito en
favor del mercado y la libre competencia se traduce (o meta-
° Dr.
hecho, en
MÍKÍCO
elrvada a principio conítitucional,
' M . Friedman,
CapUalìsrn
and Frtedom,
Univeniíy of Chicago Press, 1962, p. 1Í8,
' Cit. рог Melvin W. Redrr, "Chicajo Economics: permanence and Change", en
Journal
of Economic
Litrraiurr.
vol,
XX,
m a n o d i 1985.
• Cf. Reder,
ob. eil.,
p. 15 у 12. Agreguemos: Red^r м profesor
df
Chifa^o.
En este sentido, autores como Mise) y Hayek son mucho m i i coherentes al pro­
clamar que la economia es una disciplina apríoriiiica, en cl sentido kantiano.
raorfosea) en un argumento velado o
implícito
en favor del oligopolio.
Dicho de otro modo, como la operación espontánea del mercado estimula
la diferenciación económica, el afán de liberalización no puede sino con–
tribuir al proceso de oligopolización. Por ahora, el punto a recalcar sería
la profunda disociación que emerge entre el discurso ideológico explícito
y su contenido y efectos prácticos. De aquí también algo ya apuntado:
la eventual racionalidad social de tal discurso debe buscarse por afuera
de sus contornos propios. Al respecto, recordemos ¡a útil advertencia de
Baran: "en general, bien puede decirse que para la apreciación del pa–
pel desempeñado por un grupo o por un individuo en el proceso histórico,
las motivaciones subjetivas (conscientes o inconscientes) son mucho me–
nos importantes que su actuación objetiva. En caso de duda, siempre es
útil preguntarse en todas estas cuestiones: ^cuf
bono?"."
4.
La preferencia por e! intervencionismo oligopólico respecto al es–
tatal es también reveladora del partidismo militante y de los escasos afanes
democráticos del monetarismo,
El Estado, ciertamente, no funciona en términos neutrales o equidis–
tantes de ios diversos intereses sociales, pero en tanto busque preservar
la legitimidad del sistema se afana por encontrar acuerdos o consensos
políticos.
Els decir, el Estado toma en cuenta los intereses ajenos a su base de
sustentación clasista más inmediata y no se reduce a la pura utilización
de las bayonetas. Además, está en la naturaleza misma de la institución
estatal el que deba operar con una visión totalizante o de conjunto, la cual
—como regla— escapa al más unilateral intervencionismo corporativo. Usual–
mente, este último peca de cierta miopía política y tiende espontánea–
mente al autoritarismo, a extender al conjunto social las reglas o normas
de su proceder interno. Con ello, para decirlo de algún modo, tiende a
obligar al Estado a mostrarse en su desnudez más esencial: como aparato
especial y organizado de represión.
Al decir de Prebisch, "no cabe duda... que ciertos economistas neo–
clásicos reciben con beneplácito la intervención del poder militar a fin
de dominar el poder sindical y político de la fuerza de trabajo y corregir
su violación de las leyes del mercado"." En las fábricas, recordemos, no
existen papeletas electorales: impera el despotismo del capital y es el Es–
tado el garante de dicho orden. Pero el más eficaz de los Estados es el que
no se ve obligado a revelar su naturaleza más íntima o esencial. Es decir,
" Cf. Paul Baran.
La economía
política
del crecimiento,
r c E ,
México, 1975,
p. 53.
" Cf. Raúl Prebiich. "Monetarismo, aperturisroo y criiii ideoligica",
Revlita
di
la
c i P A L ,
núm. IT, agosto, 19B2, p. 150.
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