Fernando Martínez Ramírez
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Solventados estos problemas, agrega Pizarro, surge de inme-
diato, dada la heterogeneidad cultural que nos caracteriza, “las
literaturas indígenas”. Y hablar del tema necesariamente remite a
las literaturas indígenas anteriores al descubrimiento, también a la
producción actual –con sus transmisiones orales y los procesos
transculturadores de que han sido objeto–. ¿Cuándo empieza a
ser literatura y cuándo deja de serlo? A ello se agrega el indigenis-
mo –esto es, la mirada externa, del otro–, ya sea romántico, reivin-
dicativo o raigal. ¿Cómo incluir todo esto en una historia literaria?
¿Cómo adecuar las diversas temporalidades a que responden, so-
bre todo si se toma en cuenta, como reflexiona Antonio Cándido,
que “nuestra” formación teórica está basada en la idea de suce-
sión temporal homogénea?
Pizarro afirma que, en el proceso de consolidación y autono-
mía de una literatura poderosa existen tres fases: implantación,
superación e independencia. En la primera importan los géneros,
en la segunda los movimientos y en la tercera las corrientes. En
América Latina los tres momentos serían correlativos, con sus di-
ferencias, a la Colonia, a la Independencia y la construcción de las
identidades nacionales. Una solución posible a la multitemporali-
dad de las literaturas que tiene que considerarse en una historia
de la literatura latinoamericana, es aprehenderlas en términos de
multiplicidad, o hacerlas acceder a la periodicidad del conocimien-
to occidental. Otra solución posible es privilegiar ciertos núcleos
de producción cultural, como las ciudades, y supeditar la exten-
sión del
corpus
a la importancia en distintas áreas. Otra perspecti-
va es la elaboración de cronologías comparativas que no necesa-
riamente sabríamos reconocer.
En la perspectiva comparatista es necesario partir de la plura-
lidad de las unidades culturales de donde surge la literatura, tomar
en cuenta, además, las diferenciaciones lingüísticas y no olvidar,
en tercer lugar –advierte Pizarro–, que la dependencia socioeco-
nómica genera formas de apropiación específicas de las literaturas
metropolitanas. Surgen así tres direcciones a las que se tiene que
apuntar en el comparatismo literario latinoamericano: la relación
América Latina-Europa Occidental; hacia el interior del subconti-
nente, la relación entre las literaturas nacionales; y, por último, sis-
tematizar la heterogeneidad misma de las literaturas nacionales.
Se trata, pues, de prescindir del tradicional concepto de literatura
referido siempre a las literaturas “eruditas” y elaborar una nueva
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