Fernando Martínez Ramírez
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rutinario y goloso repara un buen día en que la fantasía y algo más
existen, se revela de improviso como un envidiable orate o un poe-
ta de lo más elevado”.
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No se sabe si lo narrado es real o tan sólo
un viaje memorístico, que consistiría en el deseo del director de
recuperar el gesto que una muchacha hiciera al pasar frente al
kiosco del pueblo. La ambigüedad, la incapacidad de decidir entre
el viaje real y la memoria resulta atractiva: dispara la imaginación
y sugiere diversas interpretaciones, sin arengas ni advertencias so-
bre la mejor lectura posible.
En “Usted tiene la palabra” un ministro muere estúpidamen-
te al tropezarse en su bañera. Era un hombre honesto y muy que-
rido que dejaba una viuda y tres hijos: dos mujeres y un hombre.
De pronto, durante su funeral, se levanta de su féretro, aunque ya
no es el mismo, tiene otro carácter. El resucitado ahora es terco,
insoportable. El funeral se convierte en una fiesta de rumores, lle-
no de siluetas negras. Se advierte una atmósfera sacrílega. Todos
beben en medio de un escándalo tremendista. Entonces, le exigen
al ministro que renuncie a su ministerio y la esposa le pide el divor-
cio. Ahora lo llaman Lázaro. El lector debe decidir si el ministro
está muerto o no. Como no es decidible sólo nos queda filosofar
sobre las fronteras inefables entre la vida y la muerte. Hay un
narrador, a pesar de lo cual el relato se construye polifónicamente:
mediante rumores nos acercamos a la comprensión de la muerte,
a lo risible de nuestra condición, a la vanidad humana, enigmática,
impalpable. Se trata de un cuento de terror que se acerca a lo fan-
tástico o de un cuento fantástico que se acerca al espanto, y logra-
ría cualquiera de las dos cosas si no fuera por esa inflexión irónica
con que se narra. Al final no sabemos qué es más real, si los vivos
o los muertos.
Las historias avanzan sin prédicas, nos invitan a descubrir fan-
tasmas sin que desde la voz narrativa, o mediante una explicación
no pedida, nos sugieran alguna interpretación. La ambigüedad se
construye y se refuerza no sólo a través de la anécdota, también
por medio de la forma, con estructuras circulares que no nos per-
miten salir de ellas con una sola interpretación. Sin embargo,
“Música de cabaret” es un conjunto de micro-historias que no tie-
sarrollar imaginativamente. Véanse, por ejemplo,
El barón rampante
y
El vizconde
demediado.
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F. Tario,
op. cit.,
t. I, p. 247.
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