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Tema y variaciones de literatura 44
manejo de los espacios y del tiempo son más que eso. La epicidad
se impone por su sencillez, por su monotonía dramática, por lo
parecido que resulta a nuestras propias vidas anti heroicas. Sin em-
bargo, en la segunda parte el
epos
característico se va diluyendo
y da paso a la creación de atmósferas oníricas donde el narrador
se regodea en su agonismo, al que solivianta, acaricia, busca a
toda costa. Los acontecimientos pierden su asidero de realidad,
como si el devenir debiera ser cancelado —como cancelada fue la
infancia— y ahora se tratara de confesar una transformación inte-
rior, hurgando en las esquinas de una psique adulta atada a la nos-
talgia y a la culpa, y a la necesitada de perdón…
Se sabe que el tiempo cura mediante el olvido o la indulgen-
cia, y somete mediante la culpa y el remordimiento. El narrador, en
la primera parte de una novela dividida en dos, es un sujeto que
no necesita nada de esto porque es nostálgico, y en la nostalgia no
hay ni cura ni sometimiento, sólo recuperación del ser, constata-
ción triste de lo definitivo del fluir del tiempo. Sin embargo, en la
segunda parte, el relato transita de la nostalgia a una soledad nar-
cisista, que rechaza a la mujer —madre, esposa, tía, casa— y al
hijo.
El narrador en todo momento es dueño de una memoria pro-
digiosa, tan detallista que sólo puede ser ficcional, porque en la
vida, más allá de los instantes fecundos que sobreviven en el re-
cuerdo como revelaciones o peripecias, el devenir se extravía siem-
pre en una imprecisa melancolía. Memoria creativa que desea re-
cobrar un tiempo perdido y termina por inventarlo gracias al poder
evocador de las palabras, a su capacidad de representación e intri-
ga. Porque el memorialista sabe atraparnos gracias al poder peri-
patético de los secretos, insinuados aquí y allá para que, bajo la
égida de la espera, continuemos interesados.
El tiempo novelado está presidido por los ritmos circadianos
del día y la noche, de las estaciones, del fluir de las mareas o del
sol, del respirar de los días, en una alternancia que significa prestar
atención a las particularidades de la naturaleza y al modo como
influyen sinestésicamente en el ánimo del narrador. La rítmica re-
novación y decrepitud del mundo encuentran sus emblemas prin-
cipales en el jardín y el encino, cuyo esplendor y caída periódicas
están en consonancia con el carácter agónico del personaje prin-
cipal, siempre movido entre la alegría suprema y la decepción exis-
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