Fernando Martínez Ramírez
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tencial. El tiempo es la nostalgia de aquello que no vuelve: la in-
fancia.
En
La poética del espacio
, Gaston Bachelard sostiene que
nuestros recuerdos poseen una sustancia espacial, están
alojados,
el alma es una habitación, “al acordarnos de las «casas», de los
«cuartos», aprendemos a «morar» en nosotros mismos”.
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El
tiempo es espacio. ¿Cómo se incuban las emociones y los secretos
al interior de una casa, sobre todo cuando está llena de lugares
habitables y arcanos? En esta novela, la casa es un ser vivo que se
acopla a las intemperancias y los ánimos de sus habitantes. Los
personajes se asen a los objetos y a los lugares —el mar, las escolle-
ras, el jardín, el parque, la cochera, el árbol, el piano, un cuadro—,
porque fijan al espacio-tiempo y representan anclajes ontológi-
cos. Así, tenemos la certeza de que nuestra intimidad, fraguada en
la vida cotidiana, en la cercanía de las cosas, es recuperable y que la
existencia posee, después de todo, cierta estabilidad. Tenemos
conciencia de nuestro fluir y de nuestras transformaciones, porque
ahí están los lugares con sus objetos para recordarnos que hemos
sido. Algo de nosotros permanece gracias a estos habitáculos del
ser. El viaje antropogónico mediante el cual vencemos los apre-
mios que nos lanzan a la aventura cuenta con la certeza del regreso:
siempre podremos convocar el pasado buscando los lugares donde
una vez estuvimos y los objetos en los cuales hemos sobrevivido.
Los espacios configuran emociones y le dan profundidad a la
psique. En ellos se gestan aventuras y nos transforman cuando los
evocamos y cuando los olvidamos. Escribe Mario el memorialista,
refiriéndose al desván: “aquel mundo insospechado, enteramente
ignorado por mí, y que sin embargo, existía dentro de mi propia
casa […] aquel universo hostil, en el cual me sentí confuso y como
en inminente riesgo”.
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El desván termina siendo para la historia
el espacio más enigmático y revelador, el lugar donde se esconden
los misterios de la casa y de la familia, el enigma de una culpa que
tiene que ver con el incesto y con la locura, y del cual no es posible
escaparse, salvo huyendo, renunciando a La Encina.
La casa es, pues, el centro,
axis mundi
con todo y árbol gené-
sico, el lugar que abandonamos para emprender la aventura, y a
fuerza de lejanías, nos interpela y obliga a regresar. La finca La
14
G. Bachelard,
Poética del espacio,
1983, p. 29.
15
F. Tario,
Jardín secreto
, p. 48.
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