Fernando Martínez Ramírez
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ayudaban a mirar desde la ajenidad que ocasionalmente nos cau-
sa la vida cotidiana, y la mirada radical era principalmente sobre la
ciudad y sus farándulas, ahora es la memoria y sus prodigios la que
proclama la necesidad de saberse vivo y existente. El escena-
rio-personaje es la casa, morada del recuerdo,
axis mundi
donde
se trazan muchas aventuras arquetípicas.
Pienso, con Gaston Bachelard, que el tiempo es una realidad
afianzada en el instante y el instante es soledad desnuda en su va-
lor metafísico.
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La duración, en cambio, es una ilusión que nace
de convivir a diario con un cuerpo que no puede huir a ninguna
parte, es un ente orgánico con el que transitamos por las cosas,
casi siempre de manera inadvertida. El instante es una novedad
hostil, desconocida, que nos arranca de la plácida continuidad
ignorada en la que vivimos y nos marca con su dramatismo. Re-
presenta un momento fundacional en la conciencia de nosotros
mismos, lo que perdura en la memoria –a veces sin saber por qué–
en medio de todo lo vivido e ignorado.
¿Qué somos cuando somos tiempo? ¿Qué es la memoria?
¿Qué clase de obstinación o derrota es el recuerdo? Éstas parecen
ser las búsquedas, las inquietudes metafísicas que rigen la novela
Jardín secreto,
publicada de manera póstuma y al parecer guarda-
da durante años en un secreter o mueble antiguo, al que imagino
lleno de rincones, como el que aflige al lobo estepario, Harry Heller,
o como ese otro descubierto azarosamente por Victor Eremita —
pseudónimo de Kierkegaard— y en el cual la fortuna lo llevara a
descubrir, oculto en un cajón disimulado, los papeles de dos hom-
bres radicalmente diferentes: un esteta, aficionado a los placeres
sensibles, y un juez, representante de la vida ética. Bajo este mis-
terio o mueca del tiempo sobrevivieron las memorias de Mario
—metatesis de Tario—, personaje que ha decidido recuperar con
prolijidad todos esos instantes fundacionales que han querido
sobrevivir de su pasado en la finca La Encina y que narra desde un
presente inasible, que sólo tiene importancia porque desde él confi-
gura un relato agónico y, conforme avanza, cada vez más teatraliza-
do, sometido a las apostillas sicológicas del narrador en detrimento
de la epicidad o fluir de la anécdota.
Porque en la primera parte la historia posee una epicidad sim-
ple, con cierto aire romántico, aunque su complexión sicológica y
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Gaston Bachelard,
La intuición del instante,
2000.
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