Alberto Paredes
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aguas derramadas
. Ciertamente esta heroína sentimental es de-
positaria de una cuestión esencial, irresuelta en Salazar; ya en la
novela el narrador acota: “Yo era una mujer estropeada por el
amor no realizado”.)
Por cierto que las tres amigas comparecen también hacia el
final en el fragmento que inicia con “El árbol, a medio jardín, des-
nudo […]”; “Rafaela Vera había estado trabajando desde muy
temprano en la mañana” en el pequeño jardín de su casa alquila-
da; Paulina, brazos cruzados, le hace plática de mujeres solas y se
alude a Jo Lavell… La escena pudo haberse rescrito con la circuns-
tancia de que Jo llegara de la calle, incorporándose a la charla de
sus dos
house-mates
.
Al fondo de la ventana, en las dos novelas postergadas así
como en la efectivamente escrita, como inspirado por los univer-
sos pérfidos de Henry James y David Lynch, el obsedente jardín
florido, aparentemente inofensivo en Salazar más narcótico, feraz-
mente aislante de esa casa de muchachas. Dice nuestro autor: “lo
amplio y atractivo que era su jardín. Una hilera de puntiagudas
lanzas de hierro forjado —en las que se entretejían las guías de las
hiedras y de las buganvilias— la circundaban para aislarla agresi-
vamente del resto del mundo”. Y en
Blue Velvet
(1986) de Lynch,
Jeffrey Beaumont (Kyle MachLahlan) reconforta a su novia Sandy
(Laura Dern), cuando el pequeño viaje a la noche ha pasado y mi-
ran cómo un petirrojo devora su gusano nutricio: “
It’s a strange
world
”. Así, sin aspavientos el jardín al fondo de la cocina y de la
vida de las tres amigas no deja de sugerir el
Hortus conclusus
ma-
riano (
Cantar de los cantares
) pero intoxicado por la bruja de Ra-
punzel con quien los hermanos Grimm quitan el sueño a los dulces
niños inocentes.
Pero antes de ese
tour de force
que ya no leeremos, Salazar
fue a Portugal y descubrió que uno de sus héroes tenía que ago-
nizar o volar tres veces sobre el abismo. Tres rostros de una sola
alma y ante un solo precipicio. Salazar alcanzó a poner punto final
a la última revisión y
La danza de los ciervos
llegó a nosotros, pós-
tumamente cuando el espíritu del autor vuela ya por otros cielos.
Como sus personajes, el viaje tuvo un periplo diferente al que él
hubiera querido, diferente y más corto ciertamente pues murió en
plenas facultades humanas, espirituales y literarias, cuando la ma-
durez lo enriquecía. Y ese truncamiento con ser una mutilación no
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