I.
DE LA IDEOLOGÍA DE LO SIMPLE A LA DE LO COMPLEJO
volver a reunirlas como se arman los engranes de un reloj. Galileo vio la regularidad del péndulo y
la envolvió en los protocolos de una ecuación lineal, sólo que -para lograrlo- ignoró conveniente–
mente la fricción: esa causa de no linealidad que él ya conocía.
19
Para entonces, el universo era un
reloj excelso: la máquina por antonomasia de la época. Por consiguiente, lo único importante eran
los fenómenos lineales, ya que los no lineales, complejos e impredecibles, eran casos de excepción,
peculiares y sospechosamente ilegales?O
Visto desde esta ideología, no debería sorprendernos que
el
reduccionismo del siglo
XIX
se hubie–
ra desentendido completamente del desorden planteado por las formas irregulares y complejas, que
hubiera preferido -en todo-la linealidad (ecuaciones diferenciales lineales), y que hubiera olvidado
convenientemente los fenómenos y las formas complejas de la realidad. Es cierto, el reduccionismo
mecanicista volvió invisible la no-linealidad involucrada en casi todos los fenómenos y formas de la
naturaleza; maquilló con su manto idealizado de orden las formas y procesos más interesantes de lo
real; tapó con un dedo (el dedo del imaginado orden universal) al sol incómodo de todo aquello que
no pudo explicar:
el
aparente desorden imperante en casi toda la creación. Al expulsar al caos de su
paraíso ordenado, esa ideología culminó con el sueño de Pierre Simon de Laplace, quien propuso un
universo regido por un
determinismo mecanicista
tan implacable que, si existiera una
Inteligencia
que conociera las leyes que rigen la materia -así como la posición da cada una de sus partículas- y
tuviera la capacidad de cálculo, el pasado y el futuro remotos estarían presentes ante sus
ojos.21
Se
dice que cuando Napoleón le preguntó qué papel jugaba Dios en su sistema, Laplace secamente
respondió "no tengo necesidad de esa hipótesis'?2 Para este momento, insistimos, el universo era
concebido como un reloj inconmensurable, absolutamente determinista, predecible, y regido por
leyes eternas, donde el futuro quedaba estrictamente determinado desde el comienzo mismo del
universo. 23
Por otro lado, para Platón, pasando por Galileo, Kepler, Newton e incluso Einstein, en
el mundo más allá de las apariencias, Dios equivalía al orden de lo simple, de lo bello y de
lo predecible, manifestado en la regularidad de las formas puras . En ese sentido, para John
Fowles (siglo
XVIII),
el desorden agresivo y rebelde de la naturaleza era como un recordatorio
inconveniente de la expulsión de Adán y Eva de ese reino del orden donde fuimos original –
mente instalados : del Jardín del Edén, era como un recuerdo no deseado de la caída provocada
por nuestro pecado de desobediencia .
24
Opuesto a la debilidad de ese pecado de transgresión
del orden preestablecido, el conocimiento científico era, pues, el resultado acumulativo del
esfuerzo humano por encontrar el orden oculto dentro de las formas y los fenómenos apa–
rentemente desordenados y complejos que puso el Creador en nuestro camino para acicatear
19
Cj,
James Gleick,
op. cit.,
pp. 40
Y
4l.
20
Cj,
Moisés José Sametband,
op. cit.,
p. 154.
2 1
Cj,
Pierre Si mon de Laplace,
Ensayo filosófico sobre las probabilidades,
1814, Madrid, Alianza Editorial, Humanidades, El
libro de Bolsillo, núm. 1147, 1985, p. 25; véase la cita completa en la nota 7, p. 6 l.
22
Pilar Castrillo Criado, "Introducción" al
Ensayo filosófico sobre las probabilidades,
en Pierre Simo n de Laplace,
op. cil.,
p. 11 ;
véase asimismo: Heinz, R. Pagels,
The Dreams of Reason. The Compuler and lhe Rise of lhe Sciences of Complexily,
Nueva York,
Bantam New Age Books, 1989, pp. 157 Y158.
23
ej,
Moisés José Sametband,
op. cit.,
pp. 22 Y23.
24
Cj,
John Fowles, citado en James Gleick ,
op. cil.,
p. 11 7.
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