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¿DISEÑAR CON FRACTALES? ¡VAYA UN ABSURDO!
nuestra fe y lanzarnos por el camino de la gracia. Por ello, parecería que hacemos oraciones
cuando desciframos el orden enmascarado por Dios dentro del desorden; es decir, somos
buenos y nos acercamos a Él cuando depuramos las manifestaciones superficiales de lo irre–
gular y lo corrupto para encontrar que, en el fondo, su verdadera esencia es el orden cifrado,
el orden omnipresente que sólo ven los elegidos, aquellos que aprenden a leer el
Libro de la
naturaleza.
Visto así, el conocimiento es la religión verdadera, y sus descubridores los ungidos del reino
celestial. En última instancia, para algunos , el auténtico conocimiento científico equivale a la
experiencia religiosa:
Reconocemos que en la base de todo trabajo científico de cierta envergadura una convicción compa–
rable al sentimiento religioso, pues acepta un mundo basado en la razón, un mundo inteligible. Esta
convicción, ligada a un sentimiento profundo de una razón superior que se revela en el mundo de la
experiencia, expresa para mí la idea de Dios,zs
Bajo este paradigma, al menos desde Platón buscamos las formas simples, llamadas geométricas,
por
divinas,
y desechamos las complejas, llamadas
orgánicas
y deformes, por imperfectas y alejadas
de Dios. En los hechos, detrás del azar
aparente,
la ciencia busca los rastros del orden divino que
creó al universo bajo el ideal de lo simple; sigue, como las hormigas diligentes, las trazas dejadas
por las
feromonas
del orden oculto para descifrar la esencia y sentido final de todo lo que existe.
Asimismo, intenta desterrar ese desorden aparente, ese
ruido
nocivo que se interpone entre noso–
tros y el conocimiento. Es más, si el orden es Dios, el desorden es su opuesto: es el ruido ignorante
y pecaminoso que hay que eliminar a como dé lugar. Lo que llamamos desorden no es más que el
orden enmascarado por el Creador para ponernos a prueba; el caos es la mentira forjada por la
mera ignorancia; iniciarnos en la oculta verdad es asomarnos al reflejo del esplendor divino.
Resueltamente, el camino de la salvación también se logra cosechando el orden a partir de
los campos chapuceros de la anarquía superficial. De aquí que, por respeto a sus creencias, por
su veneración al orden (sinónimo del mismo Dios), aquellos científicos creyentes hacían sus
méritos inventando principios ordenadores
(oraciones
de orden) allá donde sólo veían desor–
den, oraciones que poco a poco los acercarían al paraíso ordenado donde residía su Dios y la
felicidad eterna. Desde esta perspectiva: Dios, orden, felicidad y eternidad no eran más que
nombres diversos del mismo fenómeno universal. En estas condiciones, eliminar el desorden
era orar, era acercarse al Creador desterrando los nauseabundos obstáculos del caos que lo
ocultaban y lo alejaban de nosotros. En última instancia, un buen descubrimiento es una bella
oración, y una buena teoría -que impone un orden en la anarquía reinante- es una plegaria
piadosa . En el campo de la arquitectura, podríamos sospechar que poner orden en el mundo a
través del diseño de formas simples es rezar, es fabricar oraciones materiales en piedra y mate–
riales diversos; es descubrir la esencia ordenada, el orden oculto que reside en
el
interior de las
formas complejas y deformes. En principio, y desde esta perspectiva, diseñar formas ordena–
das es hablar con Dios, es allanar la distancia hacia el Creador, es acercarnos al cielo.
25
Albert Einstein, citado en Moisés José Sametband,
op. cit.,
p.
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