Y cualquiera que sea la capacidad de los consejeros en un asunto,
el beneficio derivado de su consejo es mayor cuando cada uno da su
recomendación y ¡as razones de ella, a solas, que cuando todos la
dan, mediante discursos, reunidos en asamblea; y el beneficio es tam–
bién mayor cuando han meditado lo que van a decir, que cuando ha–
blan de modo improvisado, tanto porque disponen de más tiempo
para
e x a m i n a r
las consecuencias de a acción, como porque están en–
tonces menos sujetos a contradicciones originadas por la envidia, la
emulación o cualquier
o t r a
pasión provocada por una diferencia de
opiniones.
El mejor consejo en
asuntos
que no se refieren a otras naciones,
sino sólo al bienestar y beneficio que los subditos pueden disfrutar
de acuerdo con las leyes internas del propio país, debe tomarse de la
información general y de las quejas de las gentes de cada provincia,
que son las que están más famiharizadas con sus propias necesida–
des; y cuando sus demandas no implican nada derogatorio contra los
derechos esenciales de la soberam'a, deben ser diligentemente atendi–
das. Pues sin esos derechos esenciales, como he repetido ya varias ve–
ces, el Estado no puede subsistir en absoluto.
Comandantes
El comandante en jefe de
un
ejército,
si
no es po-
mUitares.
pular,
ПО
será, como debiera, ni querido ni respetado
por su ejército. Y, en consecuencia, no podrá desempeñar su misión
con buen éxito. Debe, por
tanto,
ser industrioso, valiente, afable, ge–
neroso y afortunado, para poder así obtener reputación de solvencia
y de amar a sus soldados. Esto es la popularidad, y engendra en los
soldados deseo y valor de encomendarse a su cuidado, y protege la
severidad del general cuando éste tenga que castigar a los soldados
amotinados o negligentes. Pero este amor
a
los soldados, si no hay
garantía de lealtad por pane de su jefe, es cosa pehgrosa para el po–
der soberano, especialmente cuando está en manos de una asamblea
no popular. Es, pues, de la seguridad del pueblo, que los comandan–
tes mibcares a quienes el soberano encomienda sus ejércitidos sean
buenos y que sean también subditos leales.
Pero cuando el soberano
m i s m o
es popular, es decir, cuando es
reverenciado y querido por su pueblo, no hay peligro alguno que pue–
da provenir de la popularidad de un subdito. Porque, en general, los
soldados no son tan injustos como para ponerse de pane de su ca–
pitán, por mucho que lo quieran,
c o n t r a
su soberano, si aman a éste
y la causa que defiende. Y, por
t a m o ,
quien por la violencia ha su-
)rimido el poder de su legal soberano,
antes
de
sentarse
en su
t r o n o
13
tenido que
t o m a r s e
el trabajo de fabricarse algún título de
a u t o –
ridad, para evitar que el pueblo se avergonzara de aceptarlo. Tener
un derecho reconocido al poder soberano es una cualidad
tan
popu–
lar que quien la posee no necesita de nada más para apoderarse de
los corazones de sus subditos que el que éstos puedan ver que es ca–
paz de gobernar de modo absoluto a su propia famiUa, y a los ojos
de los enemigos, sólo necesita mostrar que es capaz de desbandar sus
ejércitos. Porque la mayor pane, y !a más activa, de la humanidad
nunca ha estado completamente satisfecha con el presente.
Por io que se refiere a las funciones de un soberano con respecto
a otro soberano, ias cuales están comprendidas bajo ia ley común–
mente denominada
ley de las naciones, no
necesito decir nada en este
lugar, porque la ley de las naciones y la ley de naturaleza son una y
la misma cosa. Y cada soberano tiene el mismo derecho en procurar
la segundad de su pueblo que el que pueda tener cualquier individuo
f
ianicular en procurar la seguridad de su propio cuerpo. Y la misma
гу que dicta a los hombres que no tienen gobierno civil qué es lo
que deben hacer y qué deben evitar en sus relaciones con los próji­
mos, dictará lo mismo a los Estados, es decir, a las conciencias de los
príncipes soberanos y de las asambleas soberanas. Pues no hay más
tribunal de justicia natural que la conciencia; sobre la cual no reina
ningún hombre, sino sólo Dios, y cuyas leyes, que obligan a toda la
humanidad son, con respecto a Dios en cuanto autor de la naturale­
za,
naturales;
y son
leyes
con respecto a ese mismo Dios en cuanto
Rey de reyes. Pero del reino de Dios en cuanto Rey de reyes y tam­
bién en cuanto Rey de un pueblo en panicular, hablaré en el resto
de este discurso.
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