leyes civiles.
que todos los soberanos están sujetos a las leyes de na–
turaleza, pues dichas leyes son divinas y no pueden ser derogadas por
ningún hombre ni por ningún Estado. Pero e! soberano no está su–
jeto a las leyes que él mismo, es decir, el Estado, hace. Pues estar su–
jeto a las leyes significa ser un subdito del Estado, esto es, del repre–
sentante del poder soberano, que es él mismo, lo cual no es sujeción
a las leyes, sino Ebcración de ellas. Este error que consiste en situar
las leyes por encima del soberano, implica que hay un juez por en–
cima de él y un poder capaz de castigarlo, lo cual equivale a crear un
nuevo soberano y, por la misma razón, un tercero para castigar al se–
gundo, y así sucesivamente, teniendo esto como consecuencia la con–
fusión y disolución del Estado.
Atribuir absoluta
Una quinta doctrina que tiende a la disolución de
propiedad a los
un Estado es
que cada individuo particular tiene ab-
subditoí.
soluta propiedad de sus bienes, hasta el punto de ex–
cluir el derecho del soberano.
Todo hombre, efectivamente, tiene una
propiedad que excluye el derecho de todos los demás subditos. Mas
si disfruta de esa propiedad, ello es gracias al poder soberano sin cuya
protección cualquier otro hombre tendría derecho a poseer la misma
cosa. Pero si también se excluye el derecho del soberano, entonces
no puede éste desempeñar la función que le han asignado, a saber,
defender a los subditos de los enemigos extranjeros y de las injurias
entre los mismos subditos, con lo cual el Estado desaparece.
Y si la propiedad de los subditos no excluye el derecho que el re–
presentante soberano tiene a sus bienes, mucho menos excluirá el de–
recho a sus cargos de judicatura y a los cargos ejecutivos, en los cua–
les los subditos están representando al soberano mismo.
Dividir el poder
Hay una sexta doctrina que va clara y direccamen-
soberano.
te contra la esencia del Estado, y es ésta:
que el poder
soberano puede ser dividido.
Pues, ¿qué otra cosa puede ser dividir
el poder de un Estado sino disolverlo? Los poderes que están divi–
didos se destruyen mutuamente. Y por causa de estas doctrinas, los
hombres dan mayor apoyo a algunos que, haciendo profesión de las
leyes, intentan hacerlas depender de lo que ellos mismos han apren–
dido, y no del poder legislativo.
Imitación de
Una falsa doctrina así, y el ejemplo que muchas
че-
naciones vecinas.
ees dan los países vecinos que tienen una forma dife–
rente de gobierno, disponen a los hombres a alterar la forma ya es–
tablecida. Así fue cómo e! pueblo judío fue incitado a repudiar a Dios
y a pedirle al profeta Samuel que les diese un rey como el de las de–
más naciones; así fue también cómo las ciudades menores de Grecia
fueron constantemente perturbadas con sediciones de las facciones
aristocráticas y democráticas: prácticamente en cada Estado, una fac–
ción quería imitar a los lacedemonios y, la otra, a los atenienses. Y
no me cabe duda de que muchos hombres han visto con satisfacción
los últimos disturbios que han tenido lugar en Inglaterra, por ser una
imitación de los Países Bajos, suponiendo que lo único que les hacía
falta para hacerse ricos era cambiar, como los otros habían hecho, su
forma de gobierno. Pues la constitución de la naturaleza humana está
en sí misma sujeta al deseo de novedad. Y cuando los hombres son
provocados a introducir cosas nuevas por causa de la vecindad de
otras naciones que se han enriquecido así, es casi imposible que no
estén de acuerdo con quienes los animan a cambiar; y disfrutan con
los primeros momentos del cambio, aunque tengan que padecer un
desorden continuo, lo mismo que esos individuos irritables que,
cuando cogen la sarna, se despellejan rascándose con las uñas hasta
que ya no pueden resistir más el dolor.
Y en lo que particularmente se refiere a la rebehón
Imitación de los
contra la monarquía, una de sus causas más frecuentes
g^egos y
es la lectura de hbros de poh'tica e historia anrigua de
romanos.
griegos y romanos; pues los jóvenes y los que no están provistos del
antídoto de una sólida razón, al recibir de esas lecturas una fuerte y
grata impresión de los grandes éxitos de guerra logrados por ios jefes
de sus ejércitos, reciben al mismo tiempo una idea favorable de codo
lo demás que los griegos y romanos hicieron, e imaginan que su gran
prosperidad no provino de la emulación de unos hombres en parti–
cular, sino de la virtud de su forma democrática de gobierno, y no
toman en consideración las frecuentes sediciones y guerras civiles que
fueron producidas por la imperfección de su política. Digo, pues, que
de la lectura de esos libros, los hombres han sido llevados a asesinar
a sus reyes, porque los escritores griegos y latinos, en sus obras y dis–
cursos sobre política, consideran legal y laudable que cualquier hom–
bre lo haga si previamente ha dado a su rey el nombre de tirano. Pues
no dicen que el
regicidio,
es decir, el asesinato de un rey, sea lega!;
dicen que lo es el
tiranicidio,
esco es, el asesinato de un tirano. De la
lectura de esos mismos libros, los que viven" bajo un monarca obtie–
nen la opinión de que quienes viven en un Estado democrático dis–
frutan de libertad, pero que quienes viven en una monarquía son to–
dos ellos esclavos. Digo que son los que viven en una monarquía los
que conciben tal opinión, no los que viven bajo un gobierno popu–
lar; pues estos últimos no encuentran esa materia de lectura. En suma,
no puedo imaginar qué puede ser más perjudicial para una monar–
quía, que permitir que esos libros sean leídos por el público sin so–
meterlos primero a correcciones hechas por maestros discretos, con
el fin de purgarlos del veneno que contienen; veneno que, sin dudar–
lo, me atrevo a comparar con la mordedura de un perro rabioso, que
produce una enfermedad que los médicos Uaman
hidrofobia, o mie–
do al agua.
Pues así como el que padece cal mordedura está conti-
1...,71,72,73,74,75,76,77,78,79,80 82,83,84,85,86,87,88,89,90,91,...271