La libertad del
subdito a
consistente con el
ilimitado poder
del soberano.
tablecer acuerdos mutuos; la de escoger el propio lugar de residen–
cia, la comida, el oficio, y la de educar a los hijos según el propio
criterio, etc.
No debe encenderse, sin embargo, que esas Uber-
tades tienen el poder de limitar o abolir el poder so–
berano sobre la vida y la muerte. Porque ya se ha mos–
trado que nada de lo que el representante soberano
pueda hacer a un subdito, por las razones que sean,
puede ser llamado injusticia o injuria. Pues cada subdito es autor de
todo aquello que el soberano hace. De tal modo, que no le falta el
derecho de hacer nada, excepto en la medida en que es subdito de
Dios, lo cual le obliga a observar las leyes de naturaleza. Puede, por
tanto, ocurrir, y de hecho sucede a menudo en ios Estados, que se
le dé muerte a un subdito, por orden dei poder soberano, sin que
ello implique que ei soberano está actuando Injustamente con él. Tal
fue ei caso cuando Jefté hizo que su hija fuese sacrificada^'; canco
en este caso como en otros semejantes, la persona que murió cenia la
Ubenad de realizar ei acco por el cual, sin que se cometiera injuria
contra ella, se dio muene a dicha persona. Y lo mismo puede apli–
carse al príncipe soberano que da muene a un subdito inocente. Pues
aunque esa acción vaya contra la ley de naturaleza, ya que es contra–
ria a ia equidad, como ocurrió cuando David hizo matar a Urías, no
fue aquélla una injuria contra Urías, sino contra Dios. No fue contra
Urías, porque ei derecho de David para hacer lo que quisiera le ha–
bía sido concedido por Unas mismo; pero sí fue una injuria contra
Dios, porque David era subdito de Dios, y por ia ley de naturaleza
le estaba prohibido cometer toda iniquidad. Esta distinción ia con–
firmó ei propio David de manera manifiesta cuando, al arrepentirse
de su acto, dijo:
Sólo contra ti he pecado
De igual modo, ios del
pueblo de Atenas, cuando desterraron por diez años ai hombre de
más fuerza moral de su Estado, pensaron que no estaban cometiendo
injusticia, y eso que nunca se preguntaron qué crimen había cometi–
do, sino qué daño podría hacer; y, lo que es más, tampoco conocían
a la persona que querían desterrar; y cada ciudadano, al llevar su con–
cha de votar a la plaza del mercado, traía escrito en eUa ei nombre
de la persoria que querían desterrar, sin haberla acusado de hecho; y
unas veces desterraban a un Arístides por su reputación de justo ,
^' Jjcceí xi. 29-40.
1
Samuel
KÍI. 13.
David no ie dirigió i Dios, sino al profeta Natán. Sus pala–
bras fueron: «He pecado contra Jahve. ,
" Cuando Arístides asistió en persona a ia Asamblea popular que lo condenó al
destierro, unciudadano se aproximó aél sin conocerlo, y le pidió que escribiese el nom–
bre ARISTlDES en laconcha con que votaban. A l preguntarle Arístides: '¡Qué daño
le ha hecho esle hombre?-, el ciudadano ie respondió: -Ninguno. Ni siquiera lo co-
La libertad qne
ensalzan tos
escritores es la
libertad de tos
soberanos, no de
los individuos
partictdares.
y Otras veces a un bufón vulgar como Hipérbole, para burlarse de
éi. Y, sin embargo, nadie puede decir que el pueblo soberano de Ate–
nas no tenía el derecho de desterrarlos, o que a un ateniense le falta–
ba la libenad de burlarse o de ser justo.
Esa libenad de la que se hace tan frecuente y ho–
norable mención en las historias y en ia filosofía de
los antiguos griegos y romanos y en ios escritos y dis–
cursos de quienes aprendieron de ellos codo su saber
en ei orden de la política, no es la libenad de ios in–
dividuos paniculares, sino la libenad dei Estado, la
cual es la misma que cada hombre debería tener si no hubiera ni le–
yes civiles ni Estado alguno, Y los efectos de eUa deberán también
ser ios mismos. Pues igual que entre ios hombres a quienes les falta
un amo y señor hay una guerra perpetua de cada uno contra su ve–
cino, no hay herencia que pueda legarse a los hijos ni que pueda es–
perarse dei padre, no hay propiedad de bienes y tierras, no hay se–
guridad, y tiene lugar una libertad absoluta en cada individuo, así
también en los Estados y Repúblicas que no dependen mutuamente
de otros, es cada Estado, y no cada hombre, ei que tiene una abso–
luta libenad para hacer lo que desee, es decir, lo que el hombre o
asamblea de hombres que lo representa juzgue como más conducen-
re al logro de su propio beneficio. Pero, actuando así, viven en una
condición de guerra perpetua, aprestados para la batalla, con sus fron–
teras fortificadas y los cañones apuntando a ios países vecinos que
los rodean. Los atenienses y romanos eran libres, es decir, eran Es–
tados libres; no es que cada hombre en panicular tuviese ia libenad
de oponerse a quien lo representaba, sino que su representante tenía
la libertad de resistir o de invadir a otros pueblos. En las torretas de
la ciudad de Luca está inscrita, todavía hoy, en grandes caracteres,
ia paiabra LIBERTAS; y sin embargo, nadie podrá de ello inferir que
un individuo particular tenga allí más libenad, o que esté más exento
de cumplir su servicio paca con el Estado, que en Constantinopla,
Tanto si el Estado es monárquico, como si es popular, ia libenad será
siempre ia misma.
Pero es cosa fácil que los hombres se engañen con la atractiva apa–
riencia de la palabra übenad; y que, por falta de juicio para distin–
guir, crean que es herencia privada y derecho nato lo que, en reali–
dad, es solamente un derecho público. Y cuando ese mismo error
es confirmado por la autoridad de hombres que disfrutan de repu-
noico. pero mecansaba oír llamarlo constantemente
el ¡ustor.,.
Sobre este
episodio ai
que
alude Hobbes, véase Plutarco,
Vidas de hombres ilustres.
Capital de la provincia que lleva su nombre, situada en la región toscana de Ita–
lia. En el !iglo XII llegó a ser una comuna libre.