La disolución de
Aunque nada de lo que hacen los mortales puede
bs Estados
ser inmortal, si, a pesar de ello, los hombres hicieran
procede de su
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razón gue pretenden poseer, sus Estados
imperfecta
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institución.
podrían estar a salvo, por lo menos, de perecer por
causa de enfermedades internas. Pues, por la natura­
leza de su institución, están designados para vivir mientras viva la hu­
manidad, o mientras vivan las leves naturales, o la justicia misma, que
es la que les da vida. Por canto, cuando se disuelven, no por violen­
cia externa, sino por desórdenes internos, ia falca no está en los hom­
bres en cuanto que éstos son ьи
materia,
sino en cuanto que son los
hacedores y
oriíanizadores de ellos ' \ Pues cuando los hombres se
cansan ai fm de empujarse
y
de herirse mutuamente, desean de codo
corazón convivir ordenadamente acogiéndose a la protección de un
edificio firme y duradero. Mas cuando les falta el arte de hacer leyes
adecuadas por las que puedan guiarse en sus acciones, y paciencia y
humildad para sufrir que se elimine de su grandeza presente los pun–
tos rudos y ásperos, no pueden, sin la ayuda de un arquitecto extre–
madamente capacitado, construirse un edificio que no sea defectuoso
y que, aunque consiga mantenerse mientras ellos vivan, se derrum–
bará inevitablemente sobre las cabezas de quienes les sucedan en la
posteridad.
De entre las enfermedades de un Estado, consideraré, por canto,
en primer lugar, aquéllas que surgen de una institución imperfecta y
que se asemejan a ias enfermedades de un cuerpo natural que proce–
den de una procreación defectuosa.
De las cuales, una es ésta:
que un hombre, para oh-
Eaita depoder
tener un reino, se contenta a veces con menos poder
absoluto,
del que necesariamente se requiere para la paz y la defensa de un Es–
tado.
Como consecuencia de esto, ocurre que cuando ei ejercicio de
ese poder del que no había hecho uso es recuperado a fin de procu–
rar ia segundad del pueblo, tiene ia apariencia de un acto injusto, lo
cual dispone a muchos hombres a rebelarse cuando ia ocasión se pre–
sente, de igual manera a como los cuerpos de ios niños que han sido
engendrados por padres enfermos están sujetos a una muerte prema–
tura o a purgar con bilis y costras ios males que se derivan de haber
sido'mal concebidos. Y cuando los reyes se niegan a sí mismos algún
poder que les es necesario, no lo hacen siempre (aunque sí algunas
veces) por ignorancia, sino porque suelen tener la esperanza de recu–
perarlo cuando gusten. Mas en esto no están razonando bien; pues
quienes quieren que sigan manteniendo sus promesas, serán apoya–
dos, en su oposición contra ellos, por Estados extranjeros, los cuales,
a fin de procurar el bien de sus propios subditos, dejarán pasar pocas
ocasiones que les permitan debilitar la condición de sus vecinos
Así fue como Thomas Becker, Arzobispo de Canterbury, recibió apo–
yo del Papa contra Enrique II
al quedar dispensados los eclesiás–
ticos de estar sujetos ai Estado, por orden de Guillermo el Conquis–
tador, cuando éste juró, al recibir el poder, no infringir la libenad de
la Iglesia. Y así ocurrió también con los barones, cuyo poder fue in–
crementado por Guillermo Rufo (a fin de contar con su ayuda para
que la sucesión pasase de su hermano mayor a él), hasta alcanzar un
grado que'era inconsistente con elpoder soberano, y que fue fomen-
Es decir, de los Esudos.
Esto es: los subditos que desean que su soberano cumpla la promesa de no eiet-
cer todo el poder de que es capaz, encontrarán ei apoyo de ios soberanos de
otros
Es-
lados, los cuales aprovechan siempre cualquier ocasión para debilitar a sus vecinos.
La disputa entre Thomas Becket (1118-70) y Enriaue !! de Inglaterra
(1068-1135) ha sido historiada muchas veces y representa uno de los ejemplos máxi–
mos del conllicto entre Iglesia y Estado. El propio Enrique había nombrado a Beckei
Arzobispo de Canterburv. pero pronto surgió entre ambos un hondo desacuerdo en
lo referente a la jurisdicción de los tribunales eclesiásticos. Este antagonismo culminó
en ei asesinato de Becket 11170), del cual Enrique
II
tue indirectamente responsable.
Guillermo
II
de Inglaterra (m. 1100), se vio envuelto en disputa parecida con
San Anselmo, también Arzobispo de Canterbury por nombramiento real. Gudlermo
murió atravesado por un dardo en una jomada de caza, en circunstancias que sugieren
que su muene
no
fue puramente accidental.
DE ESAS COSAS QUE DEBILITAN O TIENDEN
A LA DISOLUCIÓN DE UN ESTADO
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