libertad son
compatibles.
cosas que no son
cuerpos,
está abusándose de ellas. Pues aquello que
no es susceptible de movimiento no puede estar sujeto a impedimen–
to alguno. Por lo tanto, cuando se alce, por ejemplo, el camino está
libre, no quiere significarse que el camino tiene libertad, sino que la
tienen los que por él andan sin obstáculo. Y cuando decimos que un
donativo es libre, no quiere decirse que el donativo tenga libertad al–
guna, sino que el donante no está limitado por ninguna ley o conve–
nio que le Impida hacer la donación. Así, cuando
hablamos
libremen–
te,
no es que haya libertad de voz o de pronunciación, sino del hom–
bre a quien ninguna ley ha obligado a hablar de otra manera a como
lo hizo. Por último, del uso de la expresión
voluntad libre
no puede
inferirse que haya libertad de la voluntad, del deseo, o de la inclina–
ción, sino libertad del hombre, la cual consiste en esto: en que no en–
cuentra obstáculo para hacer lo que él tiene la voluntad, el deseo o
la mclinación de hacer.
El miedo y la
El miedo y la libertad son compatibles; así, cuan–
do un hombre arroja sus mercancías al mar por
miedo
a que el barco se hunda, lo hace voluntariamente, pues,
si quisiera, podría rehusar hacerlo. Su acción, por tanto, es la acción
de un hombre
libre.
Asimismo, hay veces en que un hombre paga
sus deudas sólo por
miedo
a ser llevado preso; pero como nadie le
impidió no pagarlas, fue su acción la de un hombre en
libertad.
Y,
en general, todas las acciones que los hombres reaüzan en los Esta–
dos por
miedo
a la ley, son acciones que quienes las hacen tenían la
libertad
de omitir.
La libertad y la
La
libertad y
la
necesidad
son compatibles. Así
"ann'a
^í^"
ocurre con el agua, la cual no sólo tiene la
libertad,
compati
es.
^^^^ también la
necesidad
de descender por el canal;
y asi sucede también con las acciones que los hombres hacen volun–
tariamente, las cuales, como proceden de su voluntad, proceden de
la
libertad;
pero como todo acto de la voluntad de un hombre,
y
todo deseo e inclinación proceden de alguna causa, y ésta de otra cau–
sa, en una continua cadena cuyo primer eslabón está en las manos de
Dios, el cual es la primera de todas las causas, proceden en definitiva
de la
necesidad.
De modo que, a quien sea capaz de ver la conexión
entre esas causas, la
necesidad
de todas las acciones voluntarias d^ los
hombres se le mostrará como algo evidente. Y, por tanto. Dios, que
ve y dispone todas las cosas, ve también que la libertad del hombre
al hacer lo que quiere, va acompañada de la
necesidad
de hacer lo
que Dios quiere, ni más, ni menos. Pues aunque los hombres pueden
hacer muchas cosas que Dios nc les manda hacer, y de las cuales no
es, por tanto, autor, no puede haber, sin embargo, ninguna pasión ni
apetito de los que la voluntad de Dios no sea la causa. Y si su vo–
luntad no asegurara la
necesidad
de la voluntad del hombre, y, con-
convenios.
La libertad del
subdito consiste
en estar libre de
convenios.
secuentemente, de todo lo que depende de ella, la
libertadáe
los hom–
bres sería una contradicción y un impedimento para la omnipotencia
y
libertad
de Dios, Y baste con lo dicho, por lo que atañe al presente
asunto, en lo referente a esa
libertad
natural que es la única que pue–
de llamarse propiamente
libertad.
Pero del mismo modo que los hombres, a fin de conseguir la paz
y la conservación de sí mismos, han fabricado un hom-
Atadurat
bre artificial al que llamamos Estado, así también han
artificiales o
fabricado una serie de ataduras artificiales, llamadas
le–
yes civiles,
que los hombres mismos, mediante convenios mutuos, han
prendido, por un extremo, a los labios del hombre o asamblea a los
que han entregado el poder soberano, y, por el otro, a sus propios
oídos. Estas ataduras, aunque débiles en sí mismas, pueden ser du–
raderas, no porque sea difícil romperlas, sino por el peligro que se
derivaría de hacerlo.
Es sólo en relación a estas ataduras como me pro–
pongo hablar ahora de la
libertad de los subditos.
Pues
considerando que no hay en el mundo ningún Estado
en el que se haya establecido un número de reglas que
sea suficiente para regular todas las acciones y palabras de los hom–
bres, pues ello es imposible, se sigue necesariamente que en codos
esos actos que no hayan sido regulados por las leyes los hombres
cendran libertad de hacer lo que su propia razón les sugiera para ma–
yor beneficio de sí mismos. Pues si tomamos la palabra hbertad en
su sentido más propio, esto es, en el sencido de hbertad corporal, li–
bertad de cadenas y prisión, sería sobremanera absurdo que os hom–
bres reclamaran para sí, como de hecho hacen, una libertad de la que,
como es evidente, ya están disfrutando. Y si consideramos la übenad
como exención de cumphr las leyes, no es menos absurdo que los
hombres reclamen, como también hacen, esa libertad en virtud de la
cual codos los demás hombres pueden ser dueños de sus vidas. Mas,
por absurdo que sea, eso es precisamente lo que piden, sin darse cuen–
ta de que las leyes no tendrían fuerza para protegerlos si no hay una
espada en manos de un hombre, o de una asamblea de hombres, que
obligue a que dichas leyes se cumplan. La libertad de un subdito, por
tanto, reside sólo en esas cosas que, cuando el soberano sentó ias re–
glas por las que habrían de dirigirse las acciones, dejó sin reglamen–
tar. Tal es, por ejemplo, la libertad de comprar y vender, y la de es-
-Que no hayan sido regulados por las leyes» es traducción de lo que, en el ori–
ginal de Hobbes, queda dicho con la expresión -by ihe laws praelermitted-. Hobbes
está aquí usando un laiinismo tomado del verbo «praetermino- —
omitir, pasar por
Mío, no tener en cuenta,
etc. De este giro se deduce que sólo hay libertad donde
no
hav lev prescrita. Me permito insistir en esto porque algunos traductores
na
recogen
el verdadero significado de tan importante pasaje.