la persona de una parte de! pueblo, no son una sola persona ni un
solo soberano, sino tres personas у tres soberanos.
No sé a qué enfermedad del cuerpo natural del hombre podría
compararse con exactitud esta irregularidad de un Estado. Pero he
visto a un hombre de cuyo costado surgía otro hombre con cabeza,
brazos, pecho y estómago propios; y si del otro costado de este se–
gundo hombre hubiera surgido otro hombre más, entonces la com–
paración podría haber sido exacta.
Falla de dinero.
Hasta ahora me he referido a las enfermedades de
un Estado que son las más graves y que presentan un peligro más in-'
mínente. Hay otras que no son tan graves, pero que, sin embargo,
no resultará inoportuno regístralas. Daremos como primera la difi–
cultad de recaudar dinero para los usos necesarios del Estado, espe–
cialmente cuando hay inminencia de guerra. Esta dificultad surge de
la opinión de que cada subdito disfruta de la propiedad de sus tierras
y bienes, y de que puede excluir el derecho del soberano al uso de
los mismos. De esta opinión viene a resultar que el poder soberano,
el cua! prevé las necesidades y peligros del Estado, al descubrir que
ei paso del dinero al tesoro público ha sido obstruido por causa de
la tenacidad de! pueblo, y como tiene que hacer todo lo posible para
atajar esos peligros y prevenirse contra ellos desde sus comienzos, res–
tringe sus gastos basca donde puede; y cuando ya no le es hacedero
restringirse más, lucha con el pueblo mediante estratagemas legales
para obtener pequeñas sumas que, al no ser suficientes, lo obügan o
a abrir violentamente las vías de abastecimiento, o a perecer. Y cuan–
do a menudo se le pone en esa disyuntiva, se ve forzado a reducir al
pueblo al lugar que le corresponde, si no quiere que el Estado pe–
rezca de necesidad. En ese sentido, podríamos comparar adecuada–
mente esta enfermedad con la malaria, en la cual, ai quedar las partes
carnosas congeladas u obstruidas por sustancias venenosas, las venas
que, siguiendo su curso natural, desembocan en el corazón, no reci–
ben sangre de las arterias, como deberían; y esto ocasiona al princi–
pio una fría contracción y temblor en los miembros, y, después, un
caliente y violento espasmo del corazón para abrir por la fuerza un
pasaje que permita a la sangre llegar hasta é!; y antes de que el cora–
zón pueda hacer eso, se contenta con los pequeños alivios que le pro–
porcionan las cosas que pueden calmarlo por algún tiempo, hasta que
la naturaleza, si es lo suficientemente fuerte, vence por fin la contu–
macia de las partes obstruidas, y disipa el veneno anegándolo en su–
dor; mas si la naturaleza es demasiado débil, el paciente muere.
Monopolios y
Asimismo, se da algunas veces en un Estado una
"^'^"díd
d
enfermedad que se asemeja a la pleuresía. Ello acon-
impuestos
^^'•^ cuando el tesoro de! Estado, desviándose de su
curso debido, se amontona con excesiva abundancia
en manos de un hombre o de unos pocos individuos privados, me–
diante monopolios o mediante la retención de un porcentaje de los
impuestos públicos, de igual manera a como en un caso de pleure–
sía, la sangre, acumulándose en la membrana del pecho, produce aih'
una infiamación acompañada de fiebre y de dolorosas punzadas.
Igualmente, la popularidad de un subdito influyen-
Hombres
te, a menos que el Estado supervise muy de cerca su
populares.
fidelidad, es una enfermedad pehgrosa. Porque el pueblo, que debe–
ría ser movido por la autoridad del soberano, puede desviarse de su
obediencia a las leyes por causa de la adulación o de la reputación de
un individuo ambicioso, y seguir a este hombre sin tener conocimien–
to de sus virmdes y de sus intenciones. Por lo común, esto tiene más
pehgro en un gobierno popular que en una monarquía; porque un
ejército tiene tanu fuerza y es tan multitudinario, que puede llegarse
a creer que él es el pueblo. Fue por esto por lo que Ju io César, que
había sido erigido por el pueblo contra e Senado, habiéndose gana–
do el afecto de su ejército, se hizo a sí mismo señor, tanto del Sena–
do como del pueblo, Y este modo de proceder de hombres popula–
res y ambiciosos es simple rebeÜón, y podría compararse a los efec–
tos de ia brujería.
Otra enfermedad de un Estado es la grandeza in–
moderada de una ciudad, cuando ésta es capaz de avi–
tuallar, fuera de sus límites, a un grande y poderoso
ejército; también lo es un número excesivo de corpo–
raciones, que vienen a resultar como Estados más pequeños en los in–
testinos de uno mayor, igual que si fueran lombrices en las entrañas
de un hombre natural. A lo cual puede añadirse la libertad de dispu–
tar contra el poder absoluto, por quienes tienen pre-
Libertad de
tensiones de prudencia política, los cuales, aunque son
disputar contra el
por lo general engendrados en las heces del pueblo, se
poder soberano.
entusiasman con falsas doctrinas y están constantemente enredando
con las leyes fundamentales, para incomodidad del Estado; son como
esos gusanillos que los medios llaman
ascárides.
Podríamos añadir también el insaciable apetito, o pouXiiita, de en–
sanchar dominios, con las incurables
heridas
que por causa de esto
se reciben muchas veces del enemigo, y los
tumores
de conquistas des–
perdigadas que muchas veces son una carga, siendo menos pehgroso
perderlas que conservarlas. Y también, la
letargia
de la inactividad, y
la
consunción
producida por las revueltas y por el gasto inútil.
Por último, cuando en una guerra, extranjera o in-
Disolución del
testina, los enemigos consiguen la victoria final, de tal
Estado.
manera que, al no poder las fuerzas del Estado defender ya el terre–
no, no hay protección de los subditos que permanecen leales, el Es–
tado queda entonces DISUELTO, y cada hombre queda en Übertad
Excesiva grandeza
de una ciudad,
multitud de
corporaciones.
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