oste piinlu empezaron a delinearse los nuevos partí
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whie
y
lory.
Pero las diferencias de ambos paiiídos
acerca do la cucsUón dinástica nacieron más de diíe-
rencias de teoría que de práctica. Loa dos deseaban
qnc Guillermo siguiera en Inglaterra como jefe de
\n
administración; lo que se discutía eran loa derecho.^
y los títulos con que podría' gobernar.
Los polfticoa
lories y
cl clero angücano habían
pruclainailo repetidamente en el reinado de Cortos II
lus teorías ilel Jcrcciio divino licredilario de los reyes
Y
de Iu no resistencia de los subditos. Después se
liahjun visto obligados a resistir a Jacobo II, a pesar
de toilus
SUS
teorías, porque eran lionibres. Pero tam-
liicn porque eran hombres, no todos ellos estaban
dispuestos a abandonar de un golpe el sistema de ideu:<
uaociadua en que se balitan formado sus espíritus. No
podían, con la prontitud con que lo
Uho
cl vicario
de liray, burlarse de la "obediencia pasiva como di-
una broma" y convertir en pura "clianí.a Iu no rcsis-
Iciicia". Se dedicaron a interpretar lu Hcvoliición
."¡11
perjuicio de recoger loa írUlos que iba dando en la
jirácticB.
Deseaban llegar a una solución que no estu–
viera en contradicción demasiado obvia con las doc-
li irías que liabían sustentado liastn poco antes y que
uiin merecían cl amor y la veneración de muchos de
c.lliia. Para empezar, afirmaron qtic Jacobo no había
si{lo destronado, sino que él voluntariamente ba-
liia desertado de sus rimcioncs. Si se liabían levantado
III
armas contra cl, fue sólo pura traerlo
a
razón; pero
él, en vez de someterse, huyó al otro lado del mar,
Imsenndo refugio cercu del cnctnigo de lu nación. La
bendita palabra "abdicación" libraría a sus subditos
del pecado de haberlo destronado, Jacobo había "ab–
dicado". Y además los
LORIES
pensaban que sin duda
les estaba permitida cierta dosis de habilidad para
evitar una- brcciia en el orden de la sucesión here–
ditaria establecido por Dios.
Tales eran las inquieludee de tos
lories
cuando la
Convención se reunió en enero de 1689.
Los
whigs,
por su parle, pensaban que un ligero
cambio en el orden de la sucesión seria una cosa buena
en sí misma, porque acabaría con la teoria de los Els-
tiiardos del derecho divino hcredilario. Convertiría el
derecho a la .Corona en un derecho parlamentario,
como en los tiempos de tos Planlagenet y los Tudores,
en que el Parlamento había dispuesto en varias oca–
siones de la Corona, no siempre en favor del heredero
mas directo. Creían loa
wliigs
que si et Parlamento
disponía otra vez de la Corona quedaría establecida su
propia teoria del controlo entre el rey y el pueblo,
que implicaba el decomiso O la confiscación de la
Corona por ésle en easo de que el contrato llegara a
quebrantarse. Únicamente así, pensaban los
vhigs,
quedaría asegurado para siempre el carácter limitado
de la monarquía. Indudablemente, los
lories
de 1689,
como loa "caballeros" de J640 y 1660, deseaban que
los poderes de la Corona fueran limitados en la prác–
tica. Pero, ¿estaba de acuerdo semejante práctica
cnnstilueional con uno teoría que tendía absolutamente
at despotismo? Porque si, a los ojos de la mitad de
sus súlidilos, el rey seguía desempeñando por derecho
de herencia una misión cuasi-divina, ¿cómo podría un
Parlunicnio meramente terrenal limitar sus derechos
sobrenaturales, si insistía en ejercerlos? Una monar–
quía divina siempre debe eslur por encima de un Par–
lamento, humano. Puesto que, en opinión de los hom–
bres, no podían la monarquía y el Parlamento ser los
dos divinos, entonces, decían los
whigs,
que los dos
sean humanos, y ahora se nos presenta la gran opor–
tunidad de lograrlo.
Sobre este principio de suma importancia, loa dos
partidos, aunque amistosamente por cl momento, se
dividieron en los debates y discusiones de febrero
de 1689. Los
whigs
tenían varias ventajas decisivas.
Sentían desdén por el rey huíHo y les unía el propósito