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enuncia en ella ningún principio general de
tolerancia. En realidad, la aospecboaa palabra "tole–
rancia" no
Ee
encuentra allí con tanla frecuencia que
juslifique el que laa generaciones posteriores la liayan
llamado Ley de Tolerancia, en tanto que los miembros
del Parlamento que la disculieron la llamaban I>ey de
Indulgencia. Su título completo decía así:
Ley para eximir
B
los súbdiías piniejiantes de Sus
MDJCB-
rsdea.
qiir.
difieren de la Iglesia de Inglaterra, de
los
caaligos
que les imponen ciertas leyes.
£1 Preámbulo expresa su alcance limitado y pu–
ramente práctico:
Puesto n"' rierli liolgurn pora lis coneíendas cscnip»
loaos
en el eiercicin de
la
religión puede
aer
un medio rfeeiivo
para unir a loa
EÚbditOB
protc.'ilanies de Vueítiaa Majestades
en
los inlcrrsea
y
lus
afectas,,,
No fué revocado el Código Clarendon de leyes
persecutorias, pero a ciertos clases de gentes y en
ciertas condiciones se les permite pedir que se las
eximo de los más opresoras de dichas leye^. Todo
cl que baga juramento de lealtad y snpremacia y el
juiamenlo contra la Iransnbstanciución
¡to
necesita
asistir a la iglesia y puede hacerlo al culto público
celebrado en su propio conventículo.
Eso en cuánto a los seglares. Por lo que respecta
a! clero no conformista, puede obtener la exención de
las leyes
que
le oprimen si firma treinta y cuatro
de los treinta y nueve artículos de ia Heligióii formu–
ladas en el Libro
d e
Oraciones, y parte de otros dos
artículos. Parece esto una coacción opresora; pero
en
realidad los artículos doctrinales que ee le exige que
firme son aquellos con que están de acuerdo las prin–
cipales sectas disidentes. Otras cláusulas establecen
provisiones especiales en beneficio de los anabaptistas
y
de loa cuáqueros. No bailaron alivio bajo la
ijey
de
Tolerancia dos corporacionea religiosaa: loa cató–
licos romanos, que indudablemente eran hostiles al
nuevo régimen, y los unitarios, н quienes вс conside­
raba como heréticos extrasociales,
Al pensamiento moderno lodo esto le parece ne­
cio y desagradable. Pero una ley más liberal y des­
preocupada no habria sido aprobada o no habria
tardado en ser revocada. No fué poca tarca convencer
a los
lories
para que aceptasen la tolerancia para los
disidentes protestantes; y hubiera sido imposible in­
ducir a
lories
y
whigs,
inmediatamente después de su
experiencia con Jacobo II, a conceder algún alivio
legal ^a los católicos romanos. Ni la iglesia ni en ge­
neral la conciencia religiosa de la nación aceptaban
la toleroncia religiosa como un principio de aplica­
ción universal. Pero de hecho, con este cuidado -de
asentar bien los píes en una senda resbaladiza, In­
glaterra avanzó después hacia la tolerancia práctica
más que ningún otro país de Europa, salvo Holanda,
Juan' Locke, el gran filósofo político de aquel
tiempo, escribió una
Carta sobre la lolerancia
[Leller
concerning Toleration].
Apareció en inglés por vez
primera algunos meses después de haber sido apro­
bada la Ley de Tolerancia. Esla carta famosa hizo
admirablemente claro para la general inteligencia
el argumento a favor de la lolerancia religiosa univer­
sal, como deber obligatorio para todos los estados
cristianos y como derecho personal que no podía ser
negado a ningún ciudadano dentro de la ley. Ls
misma opinión sustentaron Guillermo Penn y loa cuá­
queros, y muy poca gente más. Cuando estuvieron
en el poder, ni los anglicanos ni los puritanos habían
tolerado a los otros. Por regla general, únicamente los
escéplicos eran cordiales partidarios de la tolerancia;
pero el número de las< gentes parcialmente escépticas,
el número de "latiludinarios", iba creciendo en aque­
llos días.
Locke ejerció una influencia dominante sobre el
pensamiento de los hombres de la generación siguien-
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