lUi generación que vio por eiperíencie que la toleran-
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religiosa daba раг в1 pais. La amplia aceptación
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su filosofia por loe lalitudinarios eviLó la revoca–
ción de la.Ley de Tolerancia у gradualmente extendió
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alcance
y
aplicación. Pero merece ser bien notado
que, aunque Lookc se anticipó mucho a ia opinión
corriente en 1689, en su citada carta declaraba, sin
embargo, que ios ateos no-debían ser tolerados, por–
que niegan inevitablemente ios principios de la vir–
tud sobre los cuales descansa la soeiedad; y que ios
católicos romanos, aunque en la práctica deben ser
tolerados, no tienen ningún derecho a ia tolerancia,
puesto que sustentan la doctrina de que no la merecen
los heréticos y de no reconocer a ningún gobierno que
no sea catóüeo.
En 1689 fué aceptada la Ley de Tolerancia, no
en consideración a ningún principio general o teóri–
co, sino como compromiso político que hacían nece–
sario ciertas •consideraciones prácticas que pesaban
mucho en una generación menos dominada por riva
lidades de doctrina religiosa que los hombres que
habían desenvainado laa espadas en 1642. Desde la
Heslauración, hombres de estado y publicistas venían
lamentando los daños producidos ai comercio, espe–
cialmente en Londres, por las persecuciones de los
fabricantes y comerciantes puritanos; la opinión pú–
blica había llegado ya al punto de mirar con des–
agrado la persecución de protestantes; los eclesiásticas
estaban obligados a cumplir la promesa que habían
hecho a los disidentes de proporcionarles alivio me–
diante las leyes a fin de contrapesar ei efecto de la
Ilegal Declaración de Indulgencia de Jacobo; y ahora
que la Revoluf^ión ya estaba realizada, era asunto
urgente unir в todos los subditos protestantes de Sus
Majestades para defender el nuevo régimen contra sus
numerosos enemigos del interior y del exiianjero. La
Ley de Tolerancia, pues, fué redactada por Notthín-
ghara para aliviar la situación de ios disidentes pro–
testantes, con los monos cambios posibles, usi en la
teoría como en la letra. Fué una Ley que incorporabji
principios
whigs
con ciertas modificaciones, presenta–
da por un estadista
tory
y aprobada por los dos par–
tidos. Por tai motivo, los
lories
no trataron nunca de
revocarla; pero no agradó nunca a los eclesiásticos
de la alta iglesia ni a los íon'ei mós fogosos, quienes
constantemente (talaron de limitar sii efecto con me–
didas como la Ley de Conformídod CircuTistancial,
durante ei reinado de Ana, o de orillarla mediante la
efímera Ley de Cisma de 1714, Pero cl disgusto que
ios altos
lories
sentían por la tolerancia, no pasó de
una acción de retaguardia. Las vi(.-jns querellas reli–
giosas, aunque eran todavía la fuerza que movía
a
nuestros partidos políticos, fueron mucho menos agu–
das que antes, una vez eliruinada la jiersecución reli–
giosa. El espíritu de la nueva época Incorporado jior
la Revolución, el latitudinarismo del siglo xvm, con
Lociic y Neivton como filósofos suyos, confirmaron y
omplinron las libertades religiosas conquistadas en
1689 como resultado accidental de una extraña crisis
política. Realmente, ia práctica de la nueva época
extendió el principio de Ь tolerancia de los ritos
religiosos o los católicos romanos y a los unitarios,
aunque deliberadamente habían sido excluidos de los
beneficios de la Ley de Tolerancia.
El grupo católico romano en Inglaterra después
del reinado de Jacobo II era tan débil y tan impopular
que podia haber sido perseguido a mansalva; pero a
Guillermo ie disguslaha la persecución, y requirió la
ailanía del emperador y del rey de España, así como
ta ayuda del papo, en lo lucha contra Francia. De
esto suerte, se ronvíriió en protector de los católicos
romanos ingleses. No faltó a le ley admitiéndolos en
los cargos públicos; pero desanimo a los denunciantes,
de manera que pudo decirse misa en las casas privadas
cada vez con mayor libertod. En tiempos ordinarios
el Parlamento no pidió que les leyes contra el culto
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