capital, durante 1987, crecieron muy débilmente;
tal crecimiento, ya se dijo, no alcanzó los niveles de
1981; el efecto en el empleo manufacturero íiie de un
incremento de apenas el 1.6% (de enero a septiem­
bre), y, por último, correspondió en exclusiva a
ramas exportadoras, mientras la depresión seguía
caracterizando a las que orientan su producción al
mercado interno. Con todo, los anteriores son los
aspectos positivos de lo sucedido en 1987. Falta
referirse al
crack
y, antes, al auge especulativo que
lo originó.
Uno de los propósitos de incrementarlas reser­
vas internacionales fue el de estar en condiciones
de reducir las tasas internas de interés, en virtud
del impacto que los costos financieros alcanzaron
en el pago a los factores de la producción (alrede­
dor de un 17% del Ingreso Nacional Neto), del
efecto inflacionario producido en dicha forma y,
muy especialmente, del encarecimiento, artificial y
enorme, que de la deuda pública interna compor­
taba. Esta inflexión en la tendencia alcista de las
tasas de interés no asumió que el comportamiento
previo de las au toridades financieras, de crecimien­
to sostenido de dichas tasas, fue construyendo una
novedosa base social de rentistas financieros, indis­
puestos, los menos, a correr los riesgos de la inver­
sión productiva (la única) y, los más, a sufrir los
rigores del trabajo, en caso de que éste existiera.
Cuando se dio la tan temida reducción, la inercia
social, cobijada por el propio accionar guberna­
mental, estaba más que dispuesta para abandonar­
se a las actividades especulativas y, con semejante
ánimo, se dirigió a las casas de bolsa.
Los primeros resultados de la reducción de las
tasas de interés fueron las disminuciones conside­
rables de la captación bancaria y de la disponibili­
dad de crédito: entre octubres (el de 1986 y el de
1987), la primera se redujo en un 2.17%, y la
segunda, expresada en financiamiento, cayó en un
3.34%.
La desfavorable modificación de condiciones
para que la banca comercial captara recursos, y la
necesidad urgente que había de los mismos, fueron
elementos de peso indiscutible en el apuntalamien­
to gubernamental de la bolsa de valores. El auge es­
peculativo contó, entre otros elementos de aliento, con
el aumento de recursos disponibles por el aligera­
miento de la carga de la deuda de las empresas
inscritas en el Fideicomiso de Cobertura de Riesgo
Cambiario (Ficorca). A esta disponibilidad se sumó
el declarado estancamiento de la inversión, y así, el
índice general de precios y cotizaciones de los
valores comercializados en la bolsa pasó de los 46
ООО puntos en el inicio del año, a más de 373 ООО
a principios del mes de octubre de 1987.
La estabilidad del tipo de cambio que ofrecía
magros rendimientos a quienes sacaron su dinero
del país, frente al nivel de rendimientos ofrecidos
por la bolsa, permitió la repatriación de tales recur–
sos, para lo cual resultó de gran utilidad la coloca–
ción de Certificados de Aportación Patrimonial
(CAPS)
de Banamex y Bancomer, dentro de la deci–
sión de poner a la venta el 34% de las acciones de la
banca nacionalizada. Igualmente, ocho casas de
bolsa colocaron sus acciones (considerablemente
infladas) en la Bolsa Mexicana de Valores, con el
cual aumentaron sensiblemente sus recursos y se
consolidaron. El apuntalamiento oficial del
boom
especulativo también incluyó a los Certificados de
la Tesorería (los
CETES),
que representaron el
78.2% del importe total de valores negociados por
medio de la bolsa, a través de la colocación de las
casas de bolsa, y que crecieron considerablemente
en importancia.
A la luz de la revaluación de activos por la
inflación, de la falta de vínculo con el tamaño de
la inversión y del crecimiento del producto, y de la
desconexión entre el auge en el valor de las accio–
nes y los resultados de operación arrojados por las
empresas, es posible cuantifícar la desproporción
alcista, totalmente artificial, con la que se presentó
un panorama nominal más de seis veces superior
al valor registrado en libros de las empresas cuyas
acciones son cotizadas en la bolsa. Habida cuenta
de la notoria carencia de cultura bursátil de la
mayoría de los "inversionistas", que con sobrecoge-
dora inconciencia fueron limpiamente despojados
de su, en muchos casos, precario patrimonio.
Al tiempo que apoyó tal despropósito, particu-
lamente a través de Nafinsa, el gobierno se sirvió
del
boom,
al presentarlo como indicio de la recupe–
ración de la siempre tan huidiza confianza "em–
presarial", tal como aparece en el V Informe de
Miguel de la Madrid. El
crack
significó una redistri–
bución de la riqueza colocada en la bolsa, en favor
de grandes empresas, casas de bolsa y bancos, y en
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