Vladimiro Rivas Iturralde
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diante la digresión filosófico-poética y, por otra, ésta es un punto
de partida para contarnos la historia. Ilustro mi idea con este mag-
nífico fragmento de su cuento “La conjetura”:
Desde la proa no se podían ver ni la cubierta ni la escotilla, por don-
de entraba la sal. La sal es un cuerpo omnipresente. El mar está car-
gado de sal y esto es inexplicable. Y el hombre tiene también sal, y
el sudor, y las lágrimas… La sal corre por el mundo, y las tribus, los
pueblos, han emigrado en busca de la sal. Allá en la isla estaba for-
mada por unos cuerpecitos poliédricos, finos, que se encajaban en
los pies desnudos y se adherían al sudor del hombre, a la sal del
hombre. También eran unos cuadros blancos, en el campamento de
Salinas, donde había que derramar un bote de agua espesa para que
el sol dejara, como un sedimento ardoroso, como un sedimento de
nieves y cristales, la sal. Los cuadros blancos eran una gran ciudad
desde la loma; una ciudad de geometría cegadora por donde los pies
descalzos caminaban. Y ahora la sal estaba ahí, sobre las espaldas
desnudas, y ahí en la bodega turbia, sin pulmones, de “El Maciste”.
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En este ejemplo, la sustancia narrativa es la afirmación de que,
desde la proa del barco “El Maciste”, no se podía ver la sal. Eso es
todo; pero la escueta afirmación aparece enriquecida con la digre-
sión apasionadamente materialista acerca de la presencia de la sal
en los cuerpos. La connotación antropológica e histórica de la di-
gresión reside allí donde se afirma que “los pueblos han emigrado
en busca de la sal”. Y luego de la digresión, el texto regresa a la
narración: “Y ahora la sal estaba ahí, sobre las espaldas desnudas,
y ahí en la bodega turbia, sin pulmones, de ‘El Maciste’”.
Otro muy buen ejemplo de esta retórica antropológica lo en-
contramos en “Una mujer en la tierra”, cuento que trata de la ma-
ternidad:
Aquel dolor había sido la realidad, la vida, lo eternamente presente.
Un mundo se había borrado para que otro mundo naciese. Detrás
del ensueño, detrás de los ángeles, estaban los hombres. El hombre
era un árbol con sus altas ramas en el aire y sus hondas raíces en la
profundidad de la tierra. Los mismos ángeles no eran otra cosa que
hombres con alas. Hombres que volaban y no podían quedar eterna-
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J. Revueltas, “La conjetura”, en
Dios en la tierra
, pp. 40-41.
Revista_43.indb 79
05/11/14 08:54