Por lo general, son precisamente los ayudantes sin preparación,
contratados por corto plazo, quienes fomentan la mala fama de los
inspectores. Esos ayudantes aprovechan su posición y su poder so–
bre los ambulantes, e intentan, en el breve tiempo de su presencia,
ganar tanto como sea posible. Los inspectores que trabajan desde
hace muchos años en el Centro Histórico dan la impresión de ser
mucho más calmados. Parecen tener firmes redes que los unen en–
tre sí, con la administración y con los ambulantes. Para contrarrestar
esas redes demasiado estrechas y la corrupción, habitualmente a los
inspectores se les reasignan las zonas cada tres meses.
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Cuando pregunto a uno de los inspectores sobre la corrupción ,
El Güero
admite:
Sí, eso es cierto, nosotros los inspecto res tenemos muy mala fama, y a
veces con razón. Pero muchas cosas han cambiado ya, antes era mu·
cho peor, todo estaba patas arriba, y había mucha más pelea con la
policía. En comparación con los jueces y los policías somos peces
pequeños; los policías se roban simplemente todo lo que les cae a la
mano. Hoy se trata, básicamente, de llegar a un acuerdo. Ahí estamos
nosotros, los inspectores, que diariamente trabajamos tantas horas
extra,
y
no tenemos ninguna seguridad contra riesgos. ¿Quién nos
paga algo cuando somos golpeados o nos meten un cuchillo entre las
costillas? (entrevista con
El Güero,
14 de agosto de 1997).
Los inspectores tienen una imagen pública de esbirros corruptos;
sin embargo, la mayoría de los ambulantes sabe que también los
inspectores son sólo parte de un sistema de corrupción mucho más
amplio. El ambulante Rubén , que tras la Catedral vende casetes y
folletos de infmmación que contienen propaganda de agitación
marxista, dice que no pagaría ni a una organización ni a la vía públi–
ca. Me aclara que el problema no son los inspectores, pues éstos sólo
hacen su trabajo como mediadores y sistemáticamente se les paga
tan mal, que en la práctica tienen que cobrárselas con los ambulan–
tes. Se trata de una corrupción institucionalizada, es decir, la pre–
sión se ejerce cada vez más de arriba hacia abajo y al fin de cuentas
es necesaria para la vida del sistema. Ni los ambulantes ni los inspec-
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