Carlos Gómez Carro
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rica fuente de proteínas). Pero su cultivo fue prohibido de súbito en
la Nueva España (con el amaranto sucedió otro tanto, sólo que en el
caso de éste se volvió a permitir su cultivo, lo que no ocurrió con la
chía), por estar asociado con ritos paganos. En realidad, la razón fue
otra, menos religiosa y más económica. La chía era el instrumento
de trueque universal, es decir, se le utilizaba como dinero corriente.
La prohibición de cultivarlo, por parte de la Corona española, tuvo
consecuencias devastadoras, pues supuso la desarticulación com-
pleta de la economía indígena, propósito central de su prohibición,
y una de las razones centrales que propiciaron la debacle poblacio-
nal en el Anáhuac entre el siglo
xvi
y el
xvii
. Paz dice que a López
Velarde le interesaba poco la antigüedad mexicana, sin embargo, di-
versos pasajes de la obra velardiana niegan esto. Era amigo muy
cercano del pintor Saturnino Herrán, contemporáneo del poeta, y a
quien le dedicó un ensayo y algunos otros apuntes. Uno de los te-
mas centrales de Herrán es la antigüedad mexicana, el pintor y el
poeta debieron revisar simultáneamente la divulgación reciente (en-
tre 1905 y 1907), por parte de Francisco del Paso y Troncoso, del
Códice florentino
, archivado durante siglos, de la vasta obra docu-
mental sobre el México antiguo de fray Bernardino de Sahagún y
sus informantes. El mismo Paz refiere un pasaje en el que López
Velarde hace alusión (“inconsciente”, dice) a los sacrificios huma-
nos, a su propio sacrificio:
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Desde una cumbre enhiesta yo lo he de lanzar
como sangriento disco a la hoguera solar.
Así extirparé el cáncer de mi fatiga dura […]
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López Velarde supo, quiza, de la chía como instrumento de cambio
monetario indígena, de ahí lo de “vendedora de chía”, es decir, por-
tadora de la riqueza nacional, fundada en la prodigalidad de la tie-
rra. Esa “vendedora” a quien, como Zeus a Europa, quiere raptar
“en un garañón y con matraca”. La asociación con el rapto de Euro-
pa se afianza si pensamos en la antepenúltima estrofa del poema,
además de las alusiones al rayo como poder genésico sobrenatural:
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“Mi corazón se amerita...” (Z), pp. 196-197.