una propiedaíl en perjuicio de su vecino, ya que este
disponía de espacio suficiente para poseer tierras tan
buenas y tan extensas (después que ei otro se había
apropiado Jas suyas) como antes de esta apropiación.
Esa medida señalada por ia Naturaleza limitaba las
posesiones de cada hombre a una proporción muy mo–
derada, permitiéndoles apropiarse sin perjudicar a na–
die, en ias primeras épocas del mundo, cuando ios
hombres corrían peligro de perderse, apartándose unos
de otros, en los inmensos espacios de tierra deshabi–
tada, y no de molestarse unos a otros por falta de lugar
donde establecerse.
§ 36. A pesar de que el mundo nos parece tan po–
blado, podría todavía aplicarse idéntica medida sin
perjuicio para nadie. Suponiendo a un hombre o a una
familia en e) estado primitivo, cuando ¡os hijos de
Adán o de Noé empezaron a poblar el mundo, debemos
dejarle que se establezca en algún lugar desocupado
dei interior de América. Descubriremos entonces que
ias fierras de que él podría apropiarse, dentro de ias
reglas que hemos establecido, no serían muy extensas
ni, hoy mismo, perjudicarían con ello al resto del gé–
nero humano nj le darían tampoco motivos de queja
o de creerse dañado por su intromisión. Y, sin embar–
go, la raza humana se ha desparramado por todos los
rincones del mundo y supera mfinitamente al número
de seres humanos que había al principio. Más aún: vale
tan poco una extensión de tierra si no se le aplica el
trabajo del hombre, que he oído decir que en España
ie está permitido a un hombre labrar, sembrar y cose–
char una parcela de tierra sobre la que no tiene ningún
título, fuera del de trabajarla, sin que nadie ie moleste.
Más aún: los habitantes se creen deudores de quien,
trabajando unas tierras abandonadas, ha acrecentado
la cantidad de cereal que ellos necesitan. Sea o no ver–
dad esto, y no hago hincapié en ello, sí me atrevo a
afirmar que la misma regía de apropiación, es decir,
que cada hombre posea la tierra que puede cultivar,
podría seguir rigiendo en el mundo, sin que nadie se
sintiese perjudicado. Porque hay en el mundo tierras
para mantener el doble de los habitantes que hoy viven
en él, si la invención del dinero, el consenso tácito de
los hombres de atribuirle un valor, no hubiese estable–
cido (por jcuerdo mutuo) las grandes posesiones y el
derecho a ellas; pronto voy a exponer con mayor ex–
tensión cómo tuvo lugar eso.
§ 37. Es indudable que en los comienzos de la Huma–
nidad..., antes que el ansia de poseer más de lo que
cada cual necesitaba alterase el valor intrínseco de las
cosas, valor que depende únicamente de la utilidad de
estas para la vida humana, o antes que hubiesen llegado
al acuerdo de que un trozo pequeño de metal amarillo,
capaz de conservarse sin desgaste ni alteración, tuviese
el valor de un gran trozo de carne o de un gran montón
de cereal..., si bien cada hombre tenía derecho a apro–
piarse de las cosas mediante su trabajo, cada cual para
sí, en la cantidad que podía consumir, lo cierto es que
esa apropiación no podía ser grande ni en daño de
otros, mientras quedase idéntica abundancia para quie–
nes fuesen capaces de emplear la misma laboriosidad.
Con anterioridad a ia apropiación de tierras, todo aquel
que recogía la cantidad de írutos selváticos, que mata–
ba, cazaba, o domesticaba la cantidad de animales que
él podía con su propio esfuerzo..., todo aquel que em–
pleaba de ese modo su esfuerzo en cualesquiera de los
productos espontáneos de la Naturaleza y de una ma–
nera capaz de alterar ei estado en que esta se los ofre–
cía a todos, adquiría, por ese acto, la propiedad de los
mismos; pero si esos frutos o animales perecían estan–
do en poder suyo, sin que él los consumiese, es decir,
si ios frutos se pudrían o ia caza se corrompía antes que
él la hubiese consumido, faltaba con ello a la ley común
de ia Naturaleza y se hacía reo de un castigo, porque
de ese modo privaba a su vecino de la parte que le co–
rrespondía, ya que su derecha de apropiación no iba
más allá de sus necesidades, y habría tomado más de lo
que era necesario para las comodidades de la vida.
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