у sumamos los gastos hasta entonces realizados, es
decir, lo que hay en ellas debido exclusivamente a la
Naturaleza y lo debido exclusivamente al trabajo,
descubriremos que, en ia mayoría de tales productos,
es preciso atribuir al trabajo un buen noventa y nueve
por ciento del total.
§ 41. Demostración palmaria de ello es que varias na–
ciones de América que abundan en tierras, escasean, en
cambio, en todas las comodidades de la vida; la Natu–
raleza las ha provisto con tanta liberalidad como a cual–
quier otro pueblo de toda ciase de productos y materia–
les, es decir, suelo feraz, apto para producir en abundan–
cia todo cuanto puede servir de alimento, vestido y
placer ; sin embargo, al no encontrarse beneficiadas por
el trabajo, no disponen ni de una centésima parte de las
comodidades de que nosotros disfrutamos; reyes de un
territorio dilatado y fértil se alimentan, se visten y
tienen casas peores que un jornalero de Inglaterra.
§ 42. Para aclarar un poco las anteriores afirmaciones,
vamos a seguir cl camino que recorren algunos artículos
necesarios para la vida, antes que nosotros podamos
servirnos de ellos; de ese modo podremos ver el valor
que les agrega Ía laboriosidad humana. Ei pan, el vino y
las ropas son cosas de uso diario y de gran abundancia;
sin embargo, si el trabajo no nos proveyese de esta clase
de artículos útilísimos, nuestro pan, nuestra bebida y
nuestras ropas serían ias bellotas, el agua y ias hojas
o las pieles. Y eso porque el mayor valor que tienen ei
pan sobre las bellotas, el vmo sobre el agua y el paño
o la seda sobre las hojas, las pieles o el musgo, se debe
por completo al trabajo y a la industriosidad humana.
Las bellotas, el agua y las hojas son el alimento y el
vestido que nos proporciona la Naturaleza, abandonada
a s! misma; los otros productos, como el pan, el vino
y ios paños, nos los proporcionan nuestra actividad
y nuestro esfuerzo. Bastará comparar el exceso de valor
que tienen estos sobre aquellos para ver que el trabajo
constituye, con mucho, la parte mayor del valor de las
cosas de que nos servimos en este mundo, y bastará
también para que veamos que la tierra que produce los
materiales apenas debe ser tomada en cuenta en ese
valor, o que debe serlo en una pequeñísima proporción;
una proporción tan pequeña que, incluso entre nos–
otros, ias tierras que se dejan abandonadas a la Natu–
raleza, sin beneficiarlas en modo alguno con el pasto–
reo, el labrado o la siembra, reciben el nombre de
yermos, y lo son en realidad, porque el beneficio que
se obtiene de las mismas es poco más que el de tm
desierto estéril.
3 43. Un acre de tierra que en nuestro país produce
veinte
bushels
de trigo y otro acre de tierra en Amé–
rica, que mediante idéntico laboreo, produciría esa
misma cantidad, tienen, sin duda alguna, idéntico va–
lor natural, intrínseco, Sin embargo, el beneficio que
el género humano recibe durante un año de uno de
esos acres es de cinco libras, mientras que el que
recibe de otro quizá no valga ni un penique; si se
valorase y se vendiese en nuestro país lo que un
indio saca del acre en América, creo poder decir con
toda verdad que no llega ni a la milésima parte de
aquel otro valor. Es, pues, el trabajo el que da a
la tierra la máxima parte del valor, y sin aquel ape–
nas si valdría nada; es al trabajo al que debemos
la parte máxima de todos sus frutos útiles; por–
que toda la mayor valía que la paja, el afrecho y la
harina de ese acre de tierra tienen sobre el producto de
otro acre de tierra, tan feraz como aquella, pero que
se mantiene inculta, es únicamente consecuencia del
trabajo. En el pan que comemos no hay que calcular
únicamente el esfuerzo del labrador, las fatigas del se–
cador y de! trillador y los sudores de! panadero; tam–
bién es preciso agregar a la cuenta del trabajo el de
quienes domesticaron los bueyes, el de quienes arranca–
ron y fundieron el hierro y las piedras, el de los leñado–
res que derribaron el árbol y dieron forma a la madera
empleada en ei arado, en el molino, el horno y demás
utensilios, que son muchísimos, que se precisan para