§ 38. Por idénticas medidas se regía la apropiación de
la tierra. Ei hombre tenía un derecho especial a las tie–
rras que él cultivaba y cosechaba, así como a los pro–
ductos que recogía y aprovechaba antes que se echasen
a perder; también le pertenecían, pues, todo el ganado
y las cosechas de la tierra por él cercada y que era ca–
paz de cuidar y aprovechar. Pero si dejaba que la hier–
ba de la tierra de su propiedad se pudriese allí mismo o
que los frutos de su cultivo se echasen a perder sin
recogerlos y guardarlos, esa parcela de tierra, a pesar
de estar cercada, debía considerarse desierta y podía
otro apropiarse de ella. Por ejemplo, en los comienzos
de la Humanidad, pudo Caín apropiarse de todas aque–
llas tierras que hubiera podido cultivar y que por ese
hecho pasaban a ser suyas, siempre que dejase exten–
sión suficiente para que las ovejas de Abel pudieran
alimentarse; con todo ello les habría bastado a ambos
la posesión de unos pocos acres de tierra. Pero a me–
dida que se multiplicaron las familias y que la laborio–
sidad amplió las cantidades necesarias para su subsis–
tencia, ampliáronse las propiedades al aumentar las
necesidades de aquellas; sin embargo, lo corriente fue
que no estableciesen la propiedad de las tierras de que
se servían hasta que dichas familias se reunieron, se
asentaron juntas, y construyeron ciudades; entonces,
por mutuo acuerdo, llegaron a fijar los límites de sus
distintos territorios y a convenir cuáles habían de ser
las demarcaciones entre ellos y sus vecinos; y también
fijaron las propiedades de los miembros pertenecientes
a la misma sociedad, mediante leyes que regían dentro
de cada uno de esos territorios. En efecto, vemos que
en aquella parte del mundo que fue la primeramente
habitada por el hombre, y la que por esa razón habfa
de encontrarse más poblada, los hombres, hasta en
épocas tan avanzadas como la de Abrahán, iban de
un lado para otro libremente con sus manadas, que les
proporcionaban la subsistencia. Eso lo hizo Abrahán
en un país en el que era extranjero, y de ahí se deduce
con claridad que una gran parte de las tierras eran del
común, que sus habitantes no les daban ningún valor.
ni las tenían como propias sino hasta donde las culti–
vaban o se servían de ellas; pero cuando no había es–
pacio suficiente en el mismo lugar para que pastasen
juntos sus rebaños, se separaban y extendían su pas–
toreo hasta donde mejor les parecía, haciéndolo por
mutuo consentimiento, como les ocurrió a Abrahán
y a Lot
(Gen.,
XJII, 5). Por esa misma razón Esaù se
alejó de su padre y de su hermano y se estableció en
el monte Seir
(Gen.,
XXXVI, 6).
§ 39. De esa manera, sin partir del supuesto de que
Adán poseyese de una manera particular el dominio de
todo el mundo, con exclusión de todos los demás hom–
bres (cosa que de ninguna manera se puede demostrar)
y sin que nadie pudiera apropiarse parte alguna de ese
mundo, y suponiendo, por el contrario, que el mundo
les fue dado a los hijos de los hombres en común, ve–
mos de qué manera el trabajo pudo acarrear a los hom–
bres títulos independientes sobre varias parcelas de tie–
rra destinadas a sus necesidades particulares, sin que
exista duda alguna sobre su derecho, ni razones para
disputárselo.
§ 40. Tampoco es tan extraño como quizá pudiera
parecemos antes de recapacitar en ello que la propie–
dad del trabajo de cada hombre pueda sobrepasar en
valor a la comunidad de tierras, porque es el trabajo,
sin duda alguna, lo que establece en todas las cosas la
diferencia de valor. Cualquiera que medite en la dife–
rencia que existe entre un acre de tierra dedicada al
cultivo del tabaco o de la caña de azúcar, o sembrada
de trigo o de cebada, y un acre de ia misma tierra que
pertenece a una determinada comunidad y que se en–
cuentra sin cultivo alguno, descubrirá inmediatamente
que las mejoras introducidas por el trabajo consti–
tuyen, con mucho, la parte mayor del valor de dicha
tierra. Yo creo que es quedarse muy corto en el cálcu–
lo afirmar que nueve décimas partes de los produc–
tos de la tierra, útiles a la vida del hombre, son con–
secuencia del trabajo. Más aún: si valoramos debida–
mente las cosas, tal como nos llegan para coasumirlas.
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