у veremos inmediatamente que el hombre que vivía de
ese modo se lanza inmediatamente a er.sanchar sus
posesiones.
§ 50. Pero, puesto que el oro y la plaU resultan de
poca utilidad para la subsistencia humana en propor–
ción a la que tienen los alimentos, las ro
;/3S
y los me–
dios de transporte, tienen ambos metales su valor
únicamente por el consenso humano, aun
'jLie
ese valor
se rige en gran medida por el trabajo. Es 'r/idente, por
ello mismo, que los hombres estuvieron d'; acuerdo en
que la propiedad de la tierra se repartie^'; de una ma–
nera desproporcionada y desigual; es d',"jir, indepen–
diente de sociedad y de pacto; porque allí donde exis–
ten gobiernos, son las leyes las que rev,!amentan esa
posesión. Por un acuerdo común, los
hombres
encon–
traron y aprobaron una manera de poseer legítimamen–
te y sin daño para nadie mayores extensiones de tierras
de las que cada cual puede servirse par^i
ч.
mediante
el arbitrio de recibir oro y plata, metale--, que pueden
permanecer largo tiempo en manos del hombre sin
que se eche a perder el excedente, y tom^mdo el acuer
do de que tengan un determinado valor.
§ 51. Уо creo que, de ese modo, no
iKiy
dificultad
alguna en concebir que el trabajo empe
/:.i
-:c por ser un
título de propiedad en los productos corrientes de la
Naturaleza, un título limitado üor ei empleo de los
mismos en beneficia propio; no había, piics, entonces,
razón alguna para disputar por un título de propiedad
ni dudas acerca del alcance que ese título daba. Se
armonizaban el derecho y la conveniencia. Y si un
hombre tenía derecho a todo aquello en
(jiic
podía em–
plear su trabajo, tampoco tenía la tentaciñn de traba–
jar para conseguir más de lo que podía consumir. Esta
situación no dejaba posibilidad para contmversias acer–
ca del título ni para intromisiones en
i-I
derecho de
los demás. Fácilmente se veía la parte (¡nc cada cual
se apropiaba, y era inútil, al mismo tiempo que frau–
dulento, apropiarse demasiado o tom.ir rn cantidad
superior a la que cada cual necesitaba.
CAPITULO VII
DE I
.A S O C I E D A D
POLÍTICA
O
CIVIL
§ 77. Según el propio juicio de Dios, el hombre había
sido creado en una condición tal que no convenía que
permaneciese solitario; to colocó, pues, en la obliga–
ción apremiante, por necesidad, utilidad o tendencia, de
entrar en sociedad, at mismo tiempo que lo dotaba de
inteligencia y de lenguaje para que permaneciese en
ella y se encontrase satisfecho en esa situación. La
primera sociedad fue la que se estableció entre el hom–
bre y la mujer como esposa: de ella nació la sociedad
entre los padres y los hijos: y esta dio origen, andando
el tiempo, a la sociedad entre e! amo y los servidores
suyos. Pero, a pesar de que todos ellos pudieron coin–
cidir, y coincidieron realmente, formando una sola
familia en la que el amo o la señora ejercían cierta
especie de gobierno de toda ella, ninguna de dichas
sociedades por separado, ni todas juntas, llegaron a
constituir una
¡ociedad
politica,
como lo veremos
cuando llegue el momento de estudiar bs distintas
finalidades, lazos y límites de cada una.
5 78, La sociedad conyugal se establece por un pacto
voluntario entre el hombre y la mujer. Aunque esa so–
ciedad viene a ser, principalmente, una unión carnal y
el derecho de cada uno de ios cónyuges sobre el cuerpo
del otro, hasta donde ello es necesario para su finalidad
principal, que es la procreación, sin embargo, lleva
consigo la obligación del apoyo y ayuda mutua y una
unidad de intereses que es necesaria no solo para la
unión de las preocupaciones y de los cariños, sino tam–
bién para su prole común, que tiene derecho a ser ati-