XU, 7), es decir, fue su capitán general... durante seis
anos. Por esa misma razón, cuando Jotham echa en
cara a los habitantes de Sichem las obligaciones que te*
nían coQ Gedeón, que bahía sido su juez y su jefe, les
dice: "Luchó y puso su vida en peligro por vosotros, y
os sacó de las manos de ios madianitas"
(Jueces,
IX, 7).
Nada les recuerda fuera de lo que hizo como general
suyo; y eso es todo lo que leemos en su historia y en
ia de ios demás jueces. A Abimelec concretamente se le
llama rey, aunque a lo sumo fue general suyo. Y cuan–
do, cansados ya de la mala conducta de los hijos de Sa–
muel, quisieron los hijos de Israel tener un rey "igual
que todas las naciones, para que los juzgase, marchase
ai frente de ellos a la guerra y pelease cuando ellos pe–
leasen" (I
Samuel,
VIII, 20), Dios, accediendo a sus de–
seos, dice a Samuel: "Yo les enviaré un hombre, y tú lo
ungirás por capitán de mi pueblo de Israel, para que li–
berte a mi pueblo de las manos de los filisteos" (IX,
16).
Como si la única tarea de un rey consistiese en guiar a
sus ejércitos y en pelear en defensa de su pueblo; en su
consecuencia, cuando su consagración, al verter sobre
Saúl una ampolla de aceite, le dice que "el Señor le ha
ungido por capitán de su herencia" (X,
1).
Y cuando,
después de que Saúl fue elegido solemnemente y salu–
dado por rey en Mispah por las tribus, hubo quienes no
quisieron recibirlo como rey suyo, no hacen sino esta
objeción: " ¿ Cómo podrá salvarnos este hombre ?"
(X. 27), que es como si dijeran: "Este hombre no reúne
condiciones para ser rey nuestro porque carece de
mando y habilidad suficientes en la guerra para poder
defendernos." Y cuando Dios decidió trasladar el po–
der a David, lo hace con estas palabras: "Pero ahora
no seguirás reinando: El Señor se ha elegido un hom–
bre según su corazón, y el Señor le ha dado la misión
de ser jefe del ejército de su pueblo" (Xlil,
14),
Como
si toda la autoridad real estuviese reducida a ser su ge–
neral. Por eso, cuando ias tribus que seguían fieles a
la casa de Saúl se opusieron a que David reinase, al
presentarse más adelante en Hebrón con las condicio–
nes que exigían para someterse a él, le dan. entre otras
razones que tenían para someterse a él como a rey
suyo, la de que era ya rey de ellos en tiempo de Satíl,
y que por ese motivo tenían que recibirlo ahora por su
rey. Y dicen: "Y también fuiste tú en tiempos pasados,
cuando Saúl era nuestro rey, 'quien conducía a Israel a
la guerra y quien lo traía dc regreso de ella, y ei Señor
te dijo: Tú serás quien alimente a mi pueblo, y tú
serás el capitán de Israel."
§ 110. De ese modo, allí donde una familia creció has–
ta convertirse gradualmente en un Estado, y la auton–
dad paterna pasó a su hijo mayor, cada subdito, a su
vez, fue creciendo bajo la misma y la aceptó tácitamen–
te; y como lo llevadero y equitativo de esa autoridad -
no molesta a nadie, todos se mostraban conformes,
hasta que el transcurso del tiempo pareció confirmarla
y estableció el derecho de sucesión como consecuencia
de una prescripción. Ahora bien: varias familias o los
descendientes de varias familias a las que la casualidad,
la vecindad o los negocios unían entre sí, acabaron for–
mando una sociedad política. Entonces, la necesidad
que tenían de un general que ¡es dirigiese contra sus
enemigos en ia guerra, unida a la confianza mutua, a ia
falta de malicia y a la sinceridad de aquella edad pobre
pero virtuosa (como lo son casi todas aquellas en que
surgen los gobiernos duraderos) hicieron que los inicia–
dores de ias sociedades políticas en general pusiesen el
mando en mano de una sola persona, sin otra restric–
ción ni limitación eitpresa que la requerida por la na–
turaleza y la finalidad del gobierno. Entonces se otor–
gaba este para el bien y la seguridad públicos, y para
esos efectos era corriente usarlo en la infancia de las
comunidades. De no haberlo hecho así, las sociedades
jóvenes no habrían podido subsistir. Sin tales padres
adoptivos, sin ese cuidado de los gobernantes, todos los
gobiernos se habrían hundido por efecto de las debili–
dades y de la fragilidad de su infancia, y tanto el prín–
cipe como el pueblo habrían sucumbido juntos.
§ U l . Seguramente que los hombres de la Edad Dora–
da (antes que la vana ambición, el
amor sceleraíus ha-
1...,157,158,159,160,161,162,163,164,165,166 168,169,170,171,172,173,174,175,176,177,...271