orilla del lago, hacia Coyoacán. Pero cambió de opinión, a contrapelo
de lo que le aconsejaron, cuando se dio cuenta de cuánta influencia
ejercía aún en la vida cotidiana de los indígenas el significado mítico y
simbólico del antiguo centro azteca. Fue entonces que decidió aprove–
char el poder que emanaba de la ciudad México-Tenochtitlan y levan–
tar el nuevo centro representativo de la ciudad colonial sobre los fun–
damentos del citado centro azteca (Florescano, 1998:35).
Los primeros edificios construidos por los españoles reflejaban el
malestar que sentían con el lugar. Esas primeras edificaciones, de
mampostería gruesa y compacta parecían más bien fortalezas en lu–
gar de palacios representativos. Con las piedras de las ruinas se re–
llenaron los muchos canales y se ampliaron las calzadas para que la
caballería española pudiera desplazarse mejor por la ciudad.
La escasez de piedras en aquel islote situado en medio de la lagu–
na obligó a los españoles a construir sus nuevos edificios con las
piedras de los templos destruidos (Yoma Medinaj Matos López, 1990:
47). En algunos lugares emplearon las piedras de los santuarios. Los
españoles aprovecharon el poder del lugar, al mismo tiempo que se
producía una redefinición de valores. El espacio urbano, otrora dota–
do de un sentido cosmológico, era ocupado ahora por el cristianismo
(MeiBner, 1996:31). A diferencia de la ciudad azteca, que representa–
ba la materialización del orden cósmico característico de una socie–
dad teocrática, en el espacio urbano de la ciudad colonial española las
estructuras de la sociedad se tornaban visibles.
En las crónicas siempre se habla de la total postración de la ciu–
dad en las primeras décadas del siglo
XVI.
El centro en su conjunto
se asemejaba al principo a un campo en ruinas y, más tarde, a una
zona en construcción. Además de las pocas calzadas todavía existen–
tes, como las antiguas vías de comunicación con tierra firme y con
el mercado de Tlatelo1co, que aún hoy otorgan su sello distintivo a la
imagen de la ciudad, se concibió una serie de nuevas calzadas, uno
de cuyos ejemplos es la actual calle Moneda. Aunque el trazado de las
calles ya estaba establecido en los planos de 1523, tardaría todavía
varios años para que los montones de materiales, en su mayoría pie–
dras de los palacios aztecas, dejaran de bloquear esas calles y caminos
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